La buenaventura
Cuando yo era un adolescente era muy frecuente encontrar por la calle a una gitanilla que, con el niño en brazos, se acercaba a ti y te decía: “Señorito, ¿se la echo?”. Se refería, lógicamente, a la buenaventura. Había cantidad de “videntes” y, si ponías un poco de atención, podías darte cuenta de que todas te decían, de carrerilla, además, lo mismo, que siempre buscaban que fuera algo que te agradara para que la propina fuese más generosa. Todavía queda alguna de aquellas gitanas dispuestas a leerte la mano. Pero son pocas.
El progreso las ha hecho prosperar y, a la hora de promocionar y aprovechar el flamante negocio, ya se les unieron muchos payos espabilados que se ayudaron de cierta parafernalia para decorar el escenario de sus augurios para darles más solemnidad y justificar ya un precio fijo por consulta, en muchos casos demasiado considerable.
Nunca fui partidario de videntes ni curanderos, porque son los que más me recuerdan a los políticos. Chalanes, charlatanes y avispados que suelen abusar de la buena fe de las gentes humildes o supersticiosas. La historia de la delincuencia está llena de grandes abusos de estos magos de guardarropía que tanto abundan y que cuentan con la bendición de las televisiones. Juegan en sus predicciones con situaciones generalizadas —como la gitanilla de mi adolescencia— que por ser tan comunes, algunas veces coinciden con lo que busca el visitador. Si dedicamos unos minutos de la noche a ver la actuación de algunos de estos videntes en la pequeña pantalla, nos daremos cuenta del ridículo que hacen en no pocas ocasiones.
En la última edición de “Gran Hermano VIP” vimos lo poco que veía más allá de sus narices el vidente Sandro Rey, que fue incapaz de prever lo pronto que el público le echaría de la casa. Ahora, en esta edición del famoso programa de Telecinco, tenemos a Rappel, que también está quedando en evidencia en más de una ocasión. Alguien que se dice capaz de averiguar el futuro no es capaz de calcular el tiempo que pueden ocupar diez minutos, algo para lo que basta solo con contar con atención. Y mucho menos, es capaz de averiguar dónde se encuentran escondidas las prendas que le pueden hacer inmune. Yo no acudiré jamás a ninguno de estos videntes, pero si lo hago alguna vez, buscaré a una gitanilla con el niño en brazos.