La bronca tiene precio

El reciente teatrillo de la moción de censura de Vox contra el presidente Sánchez ha mostrado que la bronca, la falta de ideas y el discurso por el discurso está en la hoja de ruta de todos los partidos. Esto quizás pueda ser visto como una vida política sana y un criterio de la democracia occidental, pero la verdad es que tal como está todo aquí planteado el nivel de polarización y la radicalidad de las posturas hace casi irreconciliable dar respuesta a preguntas que todos los ciudadanos se hacen. Obvio que no es algo entre diversos, sino que ni la izquierda encuentra un espacio común, ni la derecha un espacio de moderación. Tanta bronca genera dos grandes efectos, por un lado, una clara desconfianza de los ciudadanos hacia el parlamento como una casa del diálogo y los comunes, y, por otro, a que la política no sea vista como la solución, sino sólo como un espectáculo. Además, esta bronca constante está alentada por aquellos pescadores que sacan rédito de un río revuelto. Primero ciertos medios de comunicación y, segundo, por si no se había dado cuenta, los del aceite cobran hoy lo mismo que el año pasado. Pero en el supermercado está un 40 por ciento más caro. Y defendernos de eso tenía que ser la única bronca política que deberíamos tener.