La Alameda del recuerdo

    28 feb 2024 / 09:56 H.
    Ver comentarios

    Echo mano de Marcel Proust para ir en busca del tiempo perdido, porque recordar rejuvenece y me da ánimos para seguir viviendo y escribiendo. Portillo de San Jerónimo, un barrio de solo cuatro casas, cuyos vecinos dialogaban, y no como ahora, que si te vi, ya no me acuerdo. En la antigüedad el Convento de los Jerónimos fue una realidad que duró poco tiempo, ya que en él se levantó el hoy conocido como el convento de las Hermanas Franciscanas Descalzas. En los bancos de la Alameda jugábamos a las damas, y allí pasábamos las horas, en tanto las chicharras no cesaban de cantar sus cansinas y monótonas canciones del verano, eso sí, acompañadas por el canto de los monótonos y negros grillos. Tiempos de penuria y escaseces. Para distraer el hambre pedrada al olmo, y sus flores a la boca, pues si había poco pan, bueno era el pan pastor de los enormes árboles. Qué tiempos aquellos sin móviles en las orejas ni redes sociales y otras chominás, haciéndonos sus reos y cautivos de su esclavitud. Muñones de piedra eran los vestigios del antiguo convento de los Capuchinos, una orden que ya es historia pasada, que conocemos en los libros. “La Brisa de la Alameda” del inolvidable compañero, Pepe Vica, y publicada tanta veces en este diario, me sigue refrescando en este mar de olivos y esta tarde de calor impropio de febrero, o sea, el cambio climático que ya está asomando las orejas como lobo indomable.

    Articulistas