José L. Buendía y flamenco

    21 jul 2019 / 12:05 H.

    A pesar de que ya, desde1881, se publicara por Demófilo “Colección de cantes flamencos”, Manuel Balmaseda y González publicara su “Primer cancionero Flamenco” y posteriormente la obra ingente de Rodríguez Marín “Cantos Populares Españoles”, el flamenco, desde cualquier perspectiva, no había sido objeto de indagación sistemática, operando de forma de paso la aparición de Flamencología, de González Climent. Lo cierto es que gran parte de toda generación de escritores y poetas andaluces y extremeños (Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Ricardo Molina, Félix Grande, y otros) centran su atención en el flamenco, casi al mismo tiempo que la Universidad se hace partícipe de la admiración que suscita la singularidad y jondura del flamenco, como expresión artística. Es, en la década de los setenta del pasado siglo, cuando en Jaén se hace presente la figura de José Luis Buendía, tan callada como efectiva y absolutamente meritoria, en la recuperación de la verdad del flamenco, en esta provincia, y en general estudioso y crítico de cualquier otra manifestación cultural y artística que se produjera. Me ha sorprendido que, tras el fallecimiento de José Luis que me tomó fuera de Jaén, quienes glosaron su extraordinario perfil humano, “hombre puro y de puras letras”, se silenciara la circunstancia de haber desempeñado la jefatura de redacción de la revista Candil, en los ciento cuarenta primeros números de esta publicación. En ella, Buendía tiene acreditada una extensa obra, en un principio muy especializada, en la disciplina de que era profesor en la Universidad: como sus análisis sobre romanticismo y flamenco que, al menos, para mí constituyó una importantísima precisión al libro de Luis Lavaur “Teoría romántica del cante Flamenco”. Pero los más de veinte años que José Luis Buendía tuvo, con la revista Candil, como jefe de redacción, la aproximación al flamenco vivo, el debate que se mantuvo, ahora ya inadecuado, sobre especifidad de primitivos cantes y letras que los encarnaban, hizo de José Luis una figura imprescindible, en la medida que en él se conjugaban el conocimiento académico y la experiencia existencial de algunos viejos maestros o familias y extirper de cantaores que representaban el legado de lo que se ha venido a denominar “Neoclasicismo flamenco” (Agustín Gómez). Son muchas las decenas de trabajos publicados en Candil y otras revistas, pero en prueba de que mi amigo recientemente fallecido exhibía esas dos vertientes del flamenco (intelectual y existencial), me permito recordar las dos entregas sobre su análisis que tituló “Literatura Romántica y Cante Flamenco” (número 28 Candil 1983), críticas a “Antonio Mairena en el mundo de la siguirilla y la solea” (julio-agosto número 88 Revista Candil), crónicas como “Manos de seda” (mayo-junio 2001).