JodePuentes
Tras mis dos anteriores diatribas, bien pudiera esperarse que esta fuera la “Y III”. Pero. No lo es. Ni lo es, ni lo pretende.
Pero, haberla, hayla.
A ver, señor Puente, que esta vez no me estoy refiriendo a usted mismamente como en mis dos misivas anteriores en plan perdedora frente a ganador. Que a lo que me refiero hoy es a esos cacharros mal llamados trenes en los que el personal de a pie ——léase “sin-coche-oficial”— ponemos nuestras esperanzas para apañarnos un buen puente, y que parece que estén esperando el comienzo de un ídem para descacharrarse en cualquier túnel de la bruja y fastidiarnos (con jota) las pocas alegrías que nos van quedando a los errantes, que es lo de movernos de sitio con maleta tamaño “finde”. Así que cualquier coincidencia con su apellido es pura chiripa del destino.
Me explico: lo de JodePuentes viene a ser una eventualidad licenciosa que hoy me permito a mí misma que, como bien saben quienes bien me conocen, tan reñida estoy con lo de usar palabrotas allí donde se puede tirar de lindezas y florituras. Pero hoy, después de lo pasado en el mesecito pasado, se me han encendido la mecha —nunca mejor traído— y, en cuanto me he puesto delante del teclado en plan quejumbreras, buscando una fineza con la que presentar mis quejas por la cantidad de puentes que se le están fastidiando —con jota— al personal, se me ha venido a las meninges otra palabreja por el estilo: el famoso JodeVientos.
Usted no puede acordarse de semejante enser por la sencilla razón de que ni tiene edad para acordarse ni creo yo que tuviera necesidad de encender un caliqueño en contra de un solano cerril, en mitad de un tajo inhóspito, o en medio de la desolación de cualquier páramo de esta tierra nuestra tan llena de caminos de hierro sobrantes y abandonados como vacía de trenes en condiciones, de los de traernos y llevarnos en condiciones —usted perdone la redundancia—− como para poder echarnos a escribir un poema a jornada completa en plan Campoamor. Me refiero ahora a aquel poema, EL TREN EXPRESO, de narrar tan minucioso como dilatado en anchuras, y que en su Canto I comenzaba en mitad de la noche:
CANTO PRIMERO. La noche: I
Habiéndome robado el albedrío/ un amor tan infausto como mío/ ya recobrada la quietud y el seso/ volvía de París en tren expreso./ Y cuando estaba ajeno de cuidado/ como un pobre viajero fatigado/ para pasar bien cómoda la noche/ muellemente acostado/ al arrancar el tren, subió a mi coche/ seguida de una anciana/ una joven hermosa/ alta, rubia, delgada y muy graciosa/ digna de ser morena y sevillana.
De repente se me saltan las lágrimas recordando aquel tren, cansino y carbonillero, que nos acarreaba desde la estación de Jódar hasta el internado madrileño, y que venía a ser como la última esperanza del verano, deseando que una oportuna avería impidiera lo inevitable: el fin de unas vacaciones adolescentes en nuestros pueblos de entonces. ...Cuando miraba atento/ aquel tren que corría como el viento/ con sonrisa impregnada de amargura/ me preguntó la joven con dulzura:/ ¿Sois español?/ Y a su armonioso acento/ tan armonioso y puro que aun ahora/ el recordarlo sólo me embelesa/Soy español —le dije—. ¿Y vos, señora?/ Yo —dijo— soy francesa.
¿A ver si va a resultar que para disfrutar de un buen puente sin quebrantos hay que irse a Francia?
Yo de usted me leería el poema entero para saber lo que es llegar a la ancianidad y que un tren de medio pelo le fastidie (con jota), en plan JodePuentes las pocas ilusiones que nos van quedando. Yo, con ponerle los últimos versos de tan oportuno poema, estoy cumplida:
III
Al ver de esta manera
trocado el curso de mi vida entera
en un sueño tan breve,
de pronto se quedó, de negro que era,
mi cabello más blanco que la nieve.
...
Cuando, por fin, sintiéndome agobiado
de mi desdicha al peso,
y encerrado en el coche, maldecía
como si fuese en el infierno preso,
al año de venir, día por día,
con mi grande inquietud y poco seso,
sin alma y como inútil mercancía,
me volvió hasta París el tren expreso.