Jesús en los cantones

    24 abr 2023 / 09:07 H.
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    Para los teólogos, el tiempo de Dios siempre es el mismo y, sin embargo, no dudan en contemplarlo como estadios de raíz y espacio diferentes, el pagano y el religioso. Los filósofos lo ven de manera más abierta. En tanto que para un militar, poeta y gaditano (José Cadalso), el tiempo tiene también un poder destructivo incuestionable. En cualquier caso, el tiempo en sí es un inmenso continente de razón imperturbable que ha de aguantar los choques con el más inmediato futuro, incluido este periodo posmoderno y líquido que se afirma recodificando el pasado y escondiendo la tradición con fines de globalizar y menoscabar una trayectoria remota, debilitada de manera sensible como pensamiento de corte religioso y humanista. Territorios impulsores de la idea de construir ese edificio social que sigue dando servicio y posada a la llamada cultura de Occidente, dentro de la que, para bien y para mal, permanecen habitando los tres grupos sociales que acompañaban, con una u otra presencia, el nacimiento de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno al comenzar su andadura, allá por la segunda mitad del siglo XVI. Aliento espiritual y sensible arropado por hortelanos jaeneses, último de los tres colectivos antes aludidos. El primero, erigido en custodio del pensamiento dominante, acompañado de un prestigio detentado en aras de capacidades que, éticamente, no deberían constituir salvoconducto alguno. Los grupos siguientes en la pirámide de aquella sociedad de conducta prefijada desempeñaban su papel, sin que los hortelanos, fuera de su menester en la hermandad, alcanzasen otro grado de visibilidad y respeto. Discurso vinculable a ciertas apologéticas que tienen que ver con un talante generalizado en los años centrales del siglo XX. Páginas, en fin, que dejaban intuir miradas de soslayo por parte de quienes suelen reclaman privilegios en virtud de sangre o cuna. Práctica acunada sobre la supuesta lógica de una tipicidad española utilizada de modo arrojadizo sobre el horizonte de cuanto hace a la matriz de estas manifestaciones religiosas, a nuestro ver absolutamente contaminadas de autenticidad. Atalaya contemplativa y espiritual de escasa referencia al otro lado de los Pirineos, cuyas prácticas colectivas ensanchan y engrandecen los sentimientos de muchos ciudadanos.

    Mas, como señalaba Caro Baroja, ya va para medio siglo: “Dejemos los tópicos de ayer y los de hoy (que del sermón pasaron al articulazo o al ensayete) en que España se confunde con un gobierno o desgobierno cualquiera, para tiranizar la mente”. Hablamos de otra cosa: aquel discurso de múltiples referencias con ideas acerca de la tipicidad de un pueblo procedente de Dios en un país determinado, cuadra mal con este periodo histórico en el que, abolida aquella época gobernada con intensidad por un solo ardor religioso, no se ha dado después y parece que antes tampoco encontraron calado suficiente de continuidad.

    Este pensar en Dios es actual y no es propio solo de un linaje de castas ni pelajes diferentes. Sin embargo, al considerar hecho tan elemental como mera posibilidad, aparecen zozobras, limitaciones y partidismos que, en alguna medida, tienen que ver con los filósofos y los teólogos de los que advertíamos al comienzo de estas acotaciones en torno a Nuestro Padre Jesús y el venturoso Gólgota de Los Cantones, en ese tiemblo colectivo que constituye el ascenso que va de la huerta al paraíso. Tal es, a nuestro modo de ver, la manera de entender el sentimiento que anida en este proceder colectivo, transcendido por la genética de su lejano alumbramiento campesino, pero también, acaso, soslayable o prescindible para otros pulsos proclives al salón, o a miradas de las que contempla mal el clamoroso abrazo religioso de personas convertidas en más que una abrigada conducta de pasión cuando en Jaén llega la madrugada de Viernes Santo y centenares de jaeneses y foráneos, mujeres y hombres, que durante todo un año se han dejado lágrimas y piel afanados en conducir con ventura su hermandad, ven colmada la ilusión de contemplar a Nuestro Padre Jesús por las calle de Jaén con ese andar acompasado que, enseguida, acomete el actual ascenso al Gólgota de los Cantones derramando ese olor sagrado que año tras año regresa a mi corazón desde la infancia en un renovarse con mas afirmación y mayor viveza. Sucede la noche del jueves santo cuando la oscuridad muerde aquellos principios de libertad que los poetas, pintores y músicos románticos, quebraron la lógica de los más conspicuos ilustrados. Repensando a Mircea Eliade, parecería y así es, que nos referimos a un estado de espacio y tiempo interior que se manifiesta cíclicamente, santificándose por su relación con lo sagrado. Esto es, con lo que es inmutable, con lo que está más allá del mundo, del flujo de lo cotidiano, de lo que muchos conocen y pocos entienden.

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