Jaén levántate brava

13 mar 2021 / 16:43 H.
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En 1978 hubo un multitudinario concierto en el Pabellón de Deportes del Real Madrid, en el Paseo de la Castellana, en reivindicación del Estatuto de Autonomía de Andalucía, entre un aluvión de banderas verdes y blancas, olor a juventud, y el pálpito de la Transición que avanzaba entre la esperanza, la sangre y el miedo. En la puerta, miembros de la Copel (Coordinadora de Presos en Lucha) repartían folletos reclamando amnistía general. El concierto transcurrió en una atmósfera de emoción y reivindicación, y tuvo su momentos cumbre cuando Carlos Cano interpretó “Andaluces de Jaén”, y las banderas ondearon llenas de fuerza y rabia, las llamas de los mecheros acompañaron al cantautor, y en ese momento el futuro parecía del color océano de los ojos de las chicas andaluzas que seguían la música de Carlos Cano al ritmo de “Jaén levántate brava”. Porque ya entonces existía la decidida sensación de Jaén como provincia que se quedaba esquinada. Años antes, José Hierro había escrito un poema colosal, rebosante de dolor, “Los andaluces”, inspirado en un grupo de andaluces que viajaban en un tren a la emigración en Francia durante un invierno riguroso: Deseaba que odiasen/ porque los vivos odian/ los vivos perdonan/. El hombre es fuego y es lluvia/ lo hace el odio y el perdón/. Indiferentes: “Ojú qué frío”. Ese resignado “ojú qué frío” define en cierta medida el carácter jiennense, porque la marginación de Jaén no viene de hace una década, como algunos dicen ahora, sino de muy lejos. Podría afirmarse que es un mal que se arrastra desde hace lustros, y que, desde fuera, se ha intentado perversamente hacer que se conciba como congénito, cuando en absoluto lo es.

En 1990 “Diario 16” realizó un amplio reportaje sobre los problemas de Jaén, y el periodista comenzó con un brillante relato de lo penoso de un largo viaje en agosto por carreteras secundarias hasta llegar a la capital, apartada de las comunicaciones que crecían por toda España. Todavía, claro, el aceite de oliva no había sufrido determinadas agresiones, y el Land Rover estaba en Linares en plena producción. La situación de Jaén ha ido a peor. Porque Jaén ha permanecido en silencio y sin lugar en el mapa. No ha habido noticias de Jaén en los periódicos de tirada nacional. Ni siquiera un equipo de fútbol que animara las tardes de “Carrusel Deportivo”. Hemos sabido de Almendralejo por el Extremadura y el Villarreal ha puesto el nombre de su localidad en Europa. Jaén se ubicó en la nada y, como dijo alguien, “la nada se nadifica”. Pero en esta situación de enfermo en la UCI de manera crónica era inevitable que surgiera algo que ubicara a Jaén frente al espejo de su preocupante realidad. Ha sido la base logística del Ejército de Tierra, que se irá finalmente a Córdoba y no a Jaén, como había aprobado el Parlamento andaluz. El despropósito del agravio lo remató la vicepresidenta Carmen Calvo, exalcaldesa de Córboba, con su inoportuno y nada sutil agradecimiento público a través de las redes sociales al presidente Pedro Sánchez, “que ha sido sensible a una ciudad (Córdoba) y a un territorio”. A partir de ahí, Jaén se ha levantado brava desde la movilización promovida por los ciudadanos a través de plataformas civiles, ajenas a sus políticos, que siguen paralizados en el “ojú que frío”. La gente, como en aquel remoto concierto, ha cogido la bandera y Jaén se ha levantado brava entre sus olivos “con los troncos retorcidos”. Andaluces de Jaén. Con un par.

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