Inverosimilitudes

06 dic 2022 / 16:00 H.
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Parece que vivo en la más infantil de las ignorancias. Desdramatizo y, aun así, percibo cosas a las que no encuentro sentido porque no obedecen a la nobleza de espíritu. Y el caso es que estas cosas son las que en apariencia dan sentido a un sistema de vida al que no le importa ponerse en evidencia. Cómo confiar en instituciones que no se respetan a sí mismas. Cómo confiar en políticos que nos hacen vivir experiencias contradictorias que confunden el pensamiento y la frágil moral de la gente. Cómo dar crédito a jueces que se dedican a hacer justicia cuando lo suyo es aplicar simplemente la ley. La ley debe ser justa y no manifestarse como una tapadera burda de uso partidista. ¿No es este un Estado de derecho democrático? El objetivo final del derecho es que no merezca la pena incumplirlo para que no atente contra principios como la igualdad. Fíjense bien, me confunde el carpe diem de Horacio y me intriga la sensación de libertad que carece de una narrativa seria, todo parece reducirse a una protección premeditada en el seno de una democracia individualista que encubre negligencias (La ignorancia de la norma no exime de su cumplimiento) que son pasadas por alto sin el menor pudor. Se rinde pleitesía a fórmulas que tienen el monopolio de la indignidad y la amoralidad humana y, en cambio, no se rinden honores al sano ejercicio de debatir abierta y sinceramente sobre seguridad jurídica o inviolabilidad de los derechos fundamentales como instrumento de socialización.

Si la vida se consume en un proceso de oxidación de las proteínas de las células, la política no debería consumirse en la toma del poder por el poder por parte de gente que no cree en los valores que inspiran el ordenamiento jurídico que habla de igualdad, libertad y solidaridad. Me consume la espera que ha hecho que me acostumbre a no acostumbrarme a que la moral no sea la que regule la conducta humana. Ser un humanista que tiene muchos años de experiencia a sus espaldas, hoy día, no le garantiza echar raíces allá donde esté, porque las sensaciones que percibe no se prestan sino a una apatía política por cubrir derechos específicos como los sociales, ya sea la sanidad o la educación públicas. Me mantengo firme en este medio extraño que me alerta con frecuencia de que vaya con cuidado. Paso de las bromas, de las evasivas, de las muestras efectistas y de todo aquello que rezuma teatralidad o no tiene apariencia de verdad. Desde antiguo he frenado en seco las respuestas rápidas que bordean el sofisma y, en cambio, reivindico la belleza, la libertad, la música y la buena literatura. Me subleva el desafío constante que sufre el derecho Constitucional; el intento eugénico de eliminar o marginar lo inútil. Creo en el modelo social de la diversidad que elimina barreras con leyes Internacionales que combaten la brutalidad de la guerra o la desigualdad entre seres humanos que pagan por delitos que no han cometido. Después de los años que han pasado, idénticas preguntas continúan ahí, en mi orden del día. Últimamente hemos vivido cosas que nos han hecho contener la respiración, espero que no se borren de la memoria colectiva. Que el tiempo no borre esta actualidad rabiosa, dura y fría que hay que saber combatir con el concepto de validez, eficacia y justicia, es decir, con una tutela judicial y política efectiva y no con vacíos legales e inhumanos que nos hunden en la miseria.

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