Inteligencia emocional

12 jun 2018 / 08:35 H.

Apartir de la experiencia que vamos acumulando llegamos a conclusiones imposibles si quiera de imaginar en la juventud. Es, en este sentido, una constatación que nuestra formación académica o profesional, o aquella formación que haya recibido cada quien en función de sus oportunidades, no siempre y lamentablemente, en función de su capacidad —de aquí que las oportunidades hayan de ser las mismas para todos—, hubiera mejorado de ser tenidos en cuenta los aspectos emocionales que están ligados al aprendizaje: la resiliencia, la tolerancia a la frustración, los hábitos de trabajo, la gestión del éxito o del fracaso, imposible la enumeración. Hemos crecido aprendiendo conocimientos —no quisiera pensar que fuesen datos—, en entornos de enseñanzas en donde cada uno, como podía, conseguía superar las tareas impuestas. Nunca hasta ahora se ha considerado nada sobre la inteligencia emocional. Hemos podido llegar a ella a partir de la propia reflexión, del autoconocimiento y de la observación de los demás. Voces muy autorizadas —con nombre español, por cierto: José Antonio Marina o Joaquín Fuster— destacan en sus investigaciones la capital importancia de cuidar el aspecto emocional en la formación de la persona. ¿Lo hacemos realmente?