Inteligencia asintomática

09 abr 2020 / 16:27 H.
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La palabra “asintomático” está de moda. La escuchamos a diario con sus variantes. En concreto, parece ser que hay mucha gente que es inteligente asintomática, o sea, que realmente no se sabe si es inteligente o no y, lo peor, que cuando lo es no lo demuestra. Por su parte, la memoria colectiva posee largo o corto plazo, porque depende de que individualmente se reivindiquen unos u otros sucesos, que se saquen a la luz y se refresquen. ¿Aún habrá quien recuerde lo de que este coronavirus era parecido a un simple resfriado? ¿Y quedará tal vez alguno también —por algún sitio— de esos que pensaba que esto no nos iba a tocar, que era una cosa lejana, de China?

Hace un siglo más o menos, se denominó “gripe española” a una pandemia —según dicen— por el hecho de que en España no se censuraron las noticias de las muertes en la prensa. Esta nación en aquella época se hallaba sumida en la pobreza y la miseria cultural, y todavía no había levantado cabeza de la guerra con EE UU, la cual como se sabe fue provocada por el entonces ya gigante americano, para defenestrar lo que quedaba de las últimas colonias, apropiándose de ellas. La leyenda negra en su salsa. Ahora se trata del “virus chino”, subestimado desde el primer momento, y al que no se ha querido afrontar con la severidad que se merece. Pero este virus no es solo chino, pues como familia de los coronavirus, es el séptimo en aparecer en el planeta desde que se tiene uso de contar estas enfermedades. Hay una relación contradictoria respecto a la capacidad local de actuar y la conciencia colectiva de responsabilidad, una falla —digamos muy inconveniente— que demuestra lo deleznables que somos.

Y ahí siguen los anglosajones a la vanguardia, no solo en casos contagiados, sino mostrando las vergüenzas de la ideología privatizadora de la sanidad, porque lo público no funciona. En estas semanas de encierro y de series, la excelente Breaking Bad se erige como un ejemplo brillante del sistema gringo, pues el personaje principal, magníficamente interpretado por Bryan Cranston (recordemos Trumbo), debe convertirse en un fuera de la ley para poder pagarse el tratamiento contra al cáncer. Así están las cosas allá, mientras que aquí pensamos que en Yanquilandia atan a los perros con longaniza. En cambio, el número de muertos va a superar cualquier previsión, e igual sucederá en el recién emancipado Reino Unido, que tampoco quiso intervenir, por no parar la economía. No hay
palabras para Boris Johnson, que veremos si logra contarlo.

Las potentes corrientes de opinión neoliberales, aliadas en diversos países con la Iglesia y los sectores ultraconservadores, siempre han echado la basura fuera, buscando sus debilidades y en su beneficio, sin asumir nunca la roña propia. Y en ese saco entran desde líderes internacionales hasta gente normal y corriente. La gripe española dejó millones de muertes, diezmando literalmente la población mundial, y después no se reformó nada. Al contrario, todo fue a peor. E igual ahora. Pero al menos habría que sincronizar en algún momento la preocupación global con las acciones locales. A ver cuándo toca, empezando por pararle los pies a algunos imbéciles que andan sueltos por ahí, de diferentes pelajes, tal y como sentenció un ministro francés hace poco a propósito de este desastre que vivimos. Esos imbéciles que, sin embargo, no son asintomáticos.

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