Instintos y pandemia

    05 feb 2021 / 13:26 H.
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    Recuerdo haberle oído a José Saramago (1922–2010): “A mí no me gusta hablar de felicidad sino de armonía: Vivir en armonía con nuestra propia conciencia, con nuestro entorno, con las personas que se quieren, con los amigos. La armonía es compatible con la indignación y la lucha; la felicidad no, la felicidad es egoísta”. El ser humano ha desarrollado dos instintos que pueden parecer contrapuestos pero que se complementan como el yin y el yang del taoísmo. Dos energías necesarias para mantener el equilibrio universal. Esta pandemia está poniendo de manifiesto, más que nunca, los dos instintos que nos invaden paradójicamente en situaciones difíciles: El instinto de supervivencia para seguir sintiéndose vivo, y el instinto de felicidad para no comenzar a sentirse muerto. Sobre el instinto de supervivencia ya nos habló Charles Darwin (1809-1882), al afirmar que no eran las especies
    más fuertes ni las más inteligentes las que sobrevivían a una eventual crisis evolutiva, sino las que sabían adaptarse al medio en cada cambio vital. Más que el renovarse o morir que siempre le hemos oído decir a los innovadores, es el adaptarse o morir que predican los
    más conservadores.

    Del instinto de felicidad ya nos habló André Maurois (1885-1965): “El anhelo de felicidad atañe a todos los seres humanos y durante toda su vida, por encima de prejuicios culturales y de hipocresías sociales.” Las aspiraciones del ser humano siempre entran en pugna, y en tiempos de problemas sobrevenidos y no esperados, como es el caso de esta pandemia, mucho más, entre el instinto de supervivencia que lo mantiene vinculado a su irrenunciable cualidad de animal, y el instinto de felicidad que trata de aislarlo de la “triste realidad” de ser un animal acosado por el peligro y el miedo a lo desconocido.

    En la comarca de raíces mineras en la que vivo, los mineros, la noche anterior de tener que volver a la mina a la mañana siguiente, sin saber si ese día sería el último de su vida, se iban a la taberna y ante sus problemas se decían que “el mejor remedio es empinarse un medio”, haciendo alusión a la botella de medio litro, de aquellas labradas de Anís El Mono, que se servían llenas de vino blanco en las tabernas mineras de Linares, La Carolina y los pueblos de la zona.

    Hay un tercer instinto más difícil de calibrar en estas circunstancias de pandemia: Es el instinto de insensatez, que es cuando el deseo hedonista de felicidad ciega la necesidad de sobrevivir. El refranero español es preciso en esos aspectos: “Hay que vivir como si fuera el último día de tu vida”; “Que nos quiten lo bailao”; “El que venga atrás que arree”; o “Para lo que me queda que estar en este convento...”. A final de cada día, después de cenar, nos solemos sentar en nuestro sillón de espectador del circo de las pandemias para que infinidad de asesores científicos, políticos curtidos, e ilustres ignorantes en varias disciplinas, nos hablen sobre “nuestros” tres instintos frente al virus: Si sobrevivimos, si nos divertimos o si nos idiotizamos.

    Cuando concluimos sin tener las cosas claras, nos tomamos la temperatura con un termómetro de infrarrojos, y nos acostamos tranquilos si la pantalla se ha encendido en verde. Recuerdo, tantas veces que mis manos se han quedado quietas frente al blanco absorto de una cuartilla muerta, sin saber nada de mis tres instintos de pandemia. Y recurro a la “Poesía Urgente” de Gabriel Celaya: ¡Prohibido, señores, jugar al Paraíso!/ Todo está prohibido: Fumar, beber, reír a locas,/ disfrazarse de arcángel, entrar en los espejos,/
    llamarle guardia al guardia y a una rabia,
    alegría,/ o dar fuego al cohete con una rosa roja. [...] Debemos ser formales, solemnes,
    decorosos;/ siguiendo los carriles crear libros y cuadros,/ retratos que se pagan, poemas
    publicables;/ disimular con formas sabias
    que estamos locos.

    Me han dicho que estamos cerca de la “inmunidad de rebaño”. Por lo pronto ya han vacunado al pastor y el perro. ¡Progresamos adecuadamente hacia la supervivencia, la felicidad y la insensatez!

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