Instalados en el vértigo

    09 nov 2024 / 09:14 H.
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    Se diría que es una perogrullada pensar que vivimos inmersos en eso que llamamos “la Historia”, así con mayúscula, es decir, que estamos dentro de esa rueda en la que se suceden procesos, transformaciones o “adelantos” a los que no podemos sustraernos.

    Sin embargo, tal y como afirmaba Leonardo Padura en un artículo reciente, tomar conciencia de ese lugar en la Historia no es algo que nos haya acompañado siempre a la Humanidad. Según su apreciación, no fue hasta finales del XVIII o principios del XIX cuando realmente nos topamos con esa sensación de estar en mitad de las transformaciones de la sociedad.

    Nuestros ancestros, quizá por su esperanza de vida o por la lentitud del movimiento de los procesos históricos, vivían su parcela más o menos individual del tiempo que les tocó con muy pocos cambios. Quizá una guerra o algún desastre natural eran los acontecimientos más llamativos que podían sugerir nuevas opciones sociales. Sin embargo, ya en el XVIII, ciertos grupos humanos vivieron la creación de los Estados Unidos a partir de las antiguas colonias o, por citar un ejemplo casi universal, la Revolución Francesa que hizo tambalear los hasta entonces sólidos cimientos no solo del país y que en menos de cincuenta años atravesó todos los estamentos conocidos para instaurar nuevos horizontes. Alguien nacido unos años antes de 1789 pudo conocer el derrocamiento de la monarquía, la Convención, el Directorio, el Imperio, la Restauración y nuevos impulsos revolucionarios. Y todo ello tuvo que influir en su forma de verse dentro de esa explosión histórica de consecuencias imparables. Afirma Padura que, no solo aquellos ciudadanos adquirieron esa percepción del transcurso —en vivo— de la Historia, sino que también alcanzaron la noción de su responsabilidad social en relación con ese avance.

    El tiempo, como bien sabemos, avanza a velocidades casi insoportables y es capaz de dejarnos aparcados a la orilla de la Historia sin que para ello tengamos que esforzarnos demasiado. La rapidez con la que se desarrollan los cambios actualmente a nuestro alrededor puede chocar con nuestra capacidad de comprensión y obligarnos a tratar de abrirnos hacia posibilidades que no habíamos considerado antes. Pensemos en España y echemos una mirada al pasado cercano. Una dictadura de muchos años devino en la Transición, ya con mayúscula también, y luego en una democracia consolidada. Un cambio que, en sus inicios, produjo dudas y sentimientos encontrados no por la nostalgia de lo ya terminado sino por la inquietud de lo que había de llegar. Y ahí estábamos, sabiéndonos en pequeña o gran medida como protagonistas, quizá en papeles secundarios, pero anclados con fuerza al impulso de avanzar.

    Vivimos en la Historia y podemos sentirla, comentarla y aplicar el bálsamo de los errores asumidos para no repetirlos a pesar de que siempre existen quienes colocan obstáculos en uno y otro sentido. Alrededor nos rodearon grandes “titulares”: dos guerras mundiales que acabaron redistribuyendo fronteras y levantando muros y algo más allá, al este, vimos florecer el tiempo comunista en Rusia para luego verlo caer arrastrando a todos los satélites que le circundaban. Siguió otra paz cogida con alfileres a la que llamamos, para variar, “guerra fría” y a ella se le sumaron sin apenas intermedio otras en los Balcanes o revoluciones islámicas que todavía producen cierto escalofrío. Todo ha sucedido en un periodo tan corto que permite que la misma persona lo haya vivido todo. No podemos desprendernos, como nuestros antepasados, de la capa que nos hace ser y estar en un momento determinado ya que esos momentos, en la actualidad, son de tal magnitud que nos arrastran, nos recolocan o nos impulsan de modos inimaginables tiempo atrás.

    Vivimos instalados en el vértigo de la Historia. Intuimos, ¿sufrimos?, cambios y dudamos sin nos llevarán en la dirección correcta o en la contraria. Quizá haya que buscar la respuesta en la Inteligencia artificial que es, ya, un nuevo vértigo al que controlar.

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