Ingenieros del verso

24 mar 2019 / 11:01 H.

Apenas un soplo de calendario nos separa del reciente Día Mundial de la Poesía, esa celebración que, como casi siempre, sin pena ni gloria, atraviesa los yermos campos de la información cotidiana repletos, eso sí, de lúgubres chispazos de verdad envuelta en falsos convencimientos, en bastardas manipulaciones, en censuras autoimpuestas. La poesía, ese pulso “que golpea las tinieblas” en feliz expresión de Celaya, quizá sea lo único que nos permita enfrentarnos a las verdades con mayúscula, a las que brotan de las entrañas bruñidas en el gozo infinito de alzar la voz sin cortapisas. Qué menos que plagiar al poeta de nuevo y recordar su conjuro, su maldición a “la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden”. Maldigo, dice, la poesía de quien no toma partido hasta mancharse. Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos trece veces por minuto, para ser y en tanto somos, dar un sí que glorifica. Si miramos alrededor, si nos dejamos hundir en el lodazal putrefacto —otra palabra de corazón poético— que nos aprisiona, si sentimos los golpes no ya solo físicos sino incluso a la inteligencia que nos da nombre, si tomamos conciencia de que “estamos tocando fondo”, no podremos rehuir el sabernos deudores de la poesía como fuente, como herramienta, como latido de lo que vivir realmente significa. Escaños, votos, campañas, partidos, líderes, palabras que nos acechan en las esquinas de los telediarios, en los carteles que vomitan los muros, en las chácharas vacías de los debates. Palabras que carecen de sentido si no son inyecciones de vida que nos permitan ser, estar, convivir, crecer. Hay que añadir un adjetivo poético a esas palabras grandilocuentes para que las tomemos como propias. Hay que ser “ingenieros del verso” y “trabajar a España en sus aceros” como vuelve a recordarnos el poeta. Hay que poetizar hasta la extenuación. Hay que dibujar poesía en el horizonte apagado por la desidia. Hagamos verso el aire que todos respiramos, el cantar que repetimos, la luz que pretendemos encender buscándonos sin conseguirlo.

Aprendamos, como Gil de Biedma, a soñarnos como poetas. O, mejor aún, a soñarnos como poema, como verso suelto o en compañía de otros. Osados. Atrevidos. Sinceros. Amantes de nuestro propio futuro. Ese que moldeamos verso a verso, beso a beso, voto a voto, mirada a mirada, latido a latido.

Somos poesía. Y lo sabemos. Somos parte de un poema que alguien quiere escribir o escribirnos pero del que hemos de tomar las riendas, la rima, el estrambote. Luchemos por ser un hipérbaton y alterar el lento y abúlico discurrir de la subsistencia. Nos lo merecemos.