Imaginando a Manrique

04 abr 2017 / 11:39 H.

Y aquí estoy de nuevo, en la puerta de mi casa en la noble villa de Segura de la Sierra, que me vio nacer. Aunque, otros dicen que mi alumbramiento tuvo lugar en las tierras palentinas de Paredes de Nava. Pero al ser yo tan menudo, no guardo memoria del acontecimiento. Perdonad, no me he presentado. Mi nombre es Jorge Manrique.

¿Me conocéis? Seguro que la posteridad ha preservado mi arrojo y gallardía en las muchas acciones militares en las que tomé parte ¿verdad? ¿Cómo? A qué vienen esas expresiones de asombro. ¿No sabíais que fui un guerrero? ¿Qué decís? Ah. Solo conocéis mis coplas. Qué paradoja, que un militar tan curtido como yo, haya pasado a la historia por un llanto.

Sí. Habéis acertado. Soy el autor de las coplas a la muerte de mi padre Rodrigo Manrique que fue maestre de la orden militar de Santiago aquí en Segura de la Sierra. ¿Qué decís? ¿Qué mi obra se ha convertido en la más grande elegía en lengua castellana? Me alegra saberlo. La verdad es que procedo de una casta de poetas y guerreros, pues en mi tiempo el ejercicio de las letras y las armas iban a menudo de la mano. Entre mis parientes estaban nada menos que Garcilaso de la Vega, o el Marqués de Santillana, primo de mi madre, que se inspiró en sus viajes a estas zonas para crear sus memorables serranillas.

Y también fue mujer muy principal, mi propia madre, Mencía de Figueroa, que era natural de Beas, y que murió cuando yo era niño, y tras su triste deceso, sus restos llegaron a reposar por un tiempo en Orcera. El dolor que me produjo tal pérdida fue horrible, pero aún no dominaba yo las armas poéticas, y no era capaz de clavar con precisión la espada literaria en el corazón del lector.

Pero cuando mi pobre padre falleció tras un penoso cáncer que desfiguró su noble faz, sentía la necesidad de expresar el dolor que me causó su muerte y quería también reflexionar sobre la fugacidad de las cosas mundanas. De eso sabemos mucho en estas tierras de Segura y en otros enclaves de Jaén, que eran joyas de valor incalculable para la corona castellana en aquellos días. Cuántas fortalezas se levantaron aquí, cuantos nobles y cuantas riquezas en este lugar se forjaron y qué acciones de gran bravura y honor se ejercitaron, y ahora... ¿Dónde han ido a parar tales glorias, y tales bellezas, y tales grandiosidades? ¿Qué fue de todos aquellos nobles hombres y excelentes damas que colmaban de grandeza estos lugares?

El caso es que por estas tierras de grandes ríos, discurrió un buen tramo del cauce de mi existir, pues qué otra cosa son las humanas vidas sino caudalosos ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Y así mis aguas vitales pasaron plácidas por Chiclana de Segura, en dónde fui nombrado Comendador, y también el río de mi vida se precipitó en forma de violenta cascada por la villa de Baeza en dónde tras una desgraciada acción militar, murió mi hermano y yo mismo permanecí un tiempo preso. Y 40 años después de que aquella breve fuente de mi nacimiento empezara a brotar en un paraje serrano, el río de mi vida, llegó a su desembocadura cuando guerreaba por mi señora la reina Isabel de Castilla. Aunque me consuela saber, que mis versos desbordados han seguido regando durante largos siglos el ingenio y la imaginación de generaciones enteras.