Igual que el avestruz

16 dic 2015 / 09:21 H.

El sistema aprieta, pero no ahoga, podría decirse. Y como una suerte de fuerza omnipotente que todo lo controla y crea sus propios mecanismos endogámicos con los que retroalimentarse, la desarticulación de la capacidad autocrítica individual ha llegado a cotas históricas. Nunca había habido un desinterés y una indiferencia como hoy día, nunca antes una pérdida de los valores de la solidaridad y el compromiso de la manera en que se han perdido hoy. Aquí estamos, escondiendo la cabeza bajo tierra igual que el avestruz, pensando que por el simple hecho de no querer ver las cosas no sucederán, y que así huiremos de los peligros, sin afrontar los problemas. La factura vital acaba llegando a todos los niveles, suma de las contradicciones, y no hay duda de que éstas también tienen su límite, porque precisamente en su límite se encuentra su explicación. Pero, mientras tanto, el desgaste es innegable y la degradación de las relaciones emerge como resultado: la corrosión del carácter su síntoma.

Ahora, la desilusión ante los comicios es muy significativa. Sólo los parroquianos tienen su voto decidido, y el porcentaje de indecisos ronda el récord. ¿Qué nos jugamos en estas elecciones? Para el embrollo financiero en el que nos movemos, muy poco, y eso cuenta. Sin embargo, no todos los partidos son iguales, eso también, y quizás colectivamente todavía queden algunas esperanzas, sólo un puñado ya, para apostar por un empleo digno, aunque reconozcamos con la cabeza gacha que cada vez la gente se conforma más y más con lo que le dan, atendiendo a la famosa ley de la oferta y la demanda, pues un remanente estructural de parados aceptaría de buena gana “lo que sea”. El empleo es el paradigma, y la disgregación de la izquierda, incluso de la izquierda que no se llama izquierda, o la que se ha ido centrando a cada sílaba de su discurso, hace el resto. Ya casi no hay izquierda, se ufanan los neoliberales. Por eso mírame a los ojos, y respóndeme: ¿a quién le importa lo que sucederá mañana? A muy pocos, con un presente victorioso y unas latas de cerveza en el frigorífico.