Huyes

    19 nov 2022 / 16:00 H.
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    Los nuevos excluidos sociales llevan a cabo sus asambleas y tertulias en la entrada de los bares. Comparten el pecado, la depravación, el desprecio y la exclusión social. Y como todos los excluidos, se unen en su problema y comparten experiencias a modo de terapias grupales. Para formar parte de estos grupos de élite, solo se necesita ser adicto a la nicotina, y no ser excluyente en ninguna de las maneras. Sin distinción de clase, profesión, sexo, raza, edad ni medio de consumir la sustancia que les une, ya sea en puro, pipa o cigarrillo, los nicotinomaníacos miran con nostalgia hacia la barra del bar y, entonces, los recuerdos se les amontonan en kilos y kilos de ceniza cigarrera. Solo unos días antes, no se conocían. No se hablaban y tenían por sana costumbre guardar las distancias, aunque en el bar ya no pudiera entrar ni un alfiler. Apretujados unos contra otros, con el vaso en una mano y el cigarro en la otra, levantaban las cejas y abrían los ojos desmesuradamente en busca de la mirada del barrero, y en el momento en que se daba el cruce de miradas, sin dejar pasar un instante, decían: ¡¡La tapa!! ¡¡Cohones!! Imposible sustraerse a aquellos dulces recuerdos de libertad, que ahora compartían desde la calle, ya sin apretujones y sin distancias. Fuera no les importa el frío, ni la lluvia, ni el viento ni la nieve; ni que tú seas cirujano y yo peón albañil, ni que yo sea mujer y tu transexual.

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