Humanidad sin fronteras

27 may 2021 / 10:13 H.
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Un gesto humanitario, como la atención en un hospital de Logroño a un dirigente del Frente Polisario del Sahara, enfermo grave de covid, ha provocado un grave conflicto con Marruecos. Se han puesto de manifiesto las diferencias entre un país democrático y respetuoso con los derechos humanos, y otro que no ha dudado en utilizar a sus ciudadanos más débiles, incluidos mujeres y niños, para presionar y manifestar su descontento. Hemos asistido a escenas conmovedoras y plenas de humanidad: Un guardia civil rescatando del mar a una bebé de dos meses, que portaba su madre en la espaldas mientras braceaba con desesperación; una voluntaria de Cruz Roja consolando a un muchacho subsahariano, exhausto y aterrorizado ante la postración de su amigo, ambos rescatados también del agua; un soldado legionario bajando a un niño de un elevada cornisa. Ha sido toda una odisea el rescate, la atención y luego la devolución ordenada (según la normativa legal y la sentencia de los tribunales), de los que entraron ilegalmente. Con más del millar de menores se están aplicando también las leyes propias de un país democrático.

España ha aplicado las razones legales desde una perspectiva humana y de decencia social a este asunto, tanto desde su origen como de su resolución final, acompañándonos en esto la Unión Europea. Hay que resaltar que ha sido posible por las actuaciones personales —y en muchos casos heroicas— de miembros de cuerpos de seguridad, ejército, voluntarios de Cruz Roja y otras organizaciones y desde luego personal sanitario, además de ceutíes anónimos ayudando con comidas y ropa. O sea, mucha gente ejerciendo la compasión, la atención a los demás y la solidaridad. Creo que la gran lección de esta crisis es que somos una frontera atractiva y una población solidaria para personas que no ven presente ni futuro en sus países. Y esto hace que me sienta orgullosa del mío. Por desgracia, el ruido político me resulta detestable. Unos oportunistas atacan al gobierno y “entienden” a las autoridades de Marruecos. Otros exhiben discursos xenófobos y de odio y hablan de “invasión”, ¿de quién?, ¿de la bebé de dos meses y de su madre?, ¿de los menores empujados por Marruecos?, ¿de los rescatados del mar con hambre y frío? ... Es lamentable este triste espectáculo de mentiras y oportunismo, cuando lo evidente y resaltable ha sido la atención solidaria y compasiva.

Ya ocurrió hace un año. La pandemia provocó una carga excesiva y próxima al colapso en nuestros servicios sanitarios. Asistimos a esfuerzos denodados de médicos, enfermeros y personal auxiliar, con horarios desmesurados, poniendo incluso en riesgo sus vidas, atendiendo a enfermos, llorando a los fallecidos en soledad y luego volviendo a sus domicilios con el temor a contaminar a los suyos. Los ciudadanos salíamos a aplaudir a nuestras ventanas y balcones todas las tardes a las 20 horas; dos meses después —otra vez el discurso del odio—, algunos lo sustituyeron por caceroladas y manifestaciones. Cada prórroga del estado de alarma convirtió el Parlamento en un cruce de insultos y descalificaciones, que no tenía más afán que empañar la esperanza que nos ha proporcionado tanta gente cumplidora con la decencia y la humanidad. Porque éste es el país que tenemos y queremos. El de tantos ciudadanos que contribuyen a que seamos una tierra de promisión, por más que algunos lo quieran empañar y velar desde el odio y el resentimiento. Mal que le pese a alguna minoría, España es frontera Europea y humanitaria y representa los valores de la Unión. Avivar el fuego no es amar a la patria.

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