Huir para volver

19 may 2018 / 10:47 H.

Huyendo de la “insoportable levedad del ser” que me abruma —M. Kundera—; huyendo de la invasión de las “false news” que tergiversan la historia, como es el caso del independentismo catalán visualizado ahora por el xenófobo Torra; huyendo de la falta de valores de una sociedad acrítica en la que cualquiera puede mentir sin consecuencias algunas; huyendo de la hipocresía etarra y a la sazón recordando, con luto en mi alma, el vil asesinato del niño Fabio; huyendo de las frecuentes falsificaciones de titulaciones universitarias que inflan los currículos; huyendo de los falsos visionarios que quieren acabar con el devenir de las nuevas generaciones... Me marcho por un tiempo cumpliendo con mi ritual de primavera porque me espera la naturaleza sabia que me recibe con los brazos abiertos. Con su asistencia me curaré de la contaminación social porque para sobrevivir es imprescindible purificarme lejos de esta negra y fea realidad. Tomo mi coche “ligero de equipaje”— A. Machado— y me dirijo a la Sierra de Cazorla; allí me reencuentro con la montaña, el agua —la vida misma, según Tales de Mileto—, la tupida y variada vegetación, los animales salvajes... y en un lugar recóndito de este bucólico paisaje hay una casita en donde realizo mis reflexiones existenciales. Me “reseteo” y vuelvo.

Visitar Cazorla y su sierra en primavera es un acto vital satisfactorio: Estar en la plaza La Constitución, pasear por la comercial calle Doctor Muñoz hasta la plaza La Corredera —en donde sobresalen los edificios del Ayuntamiento y de la iglesia de San José—; bajar hasta la artística y monumental plaza de Santa María, asomándonos por el balconcillo de hierro desde donde se contempla el discurrir del río Cerezuelo que la atraviesa por su bóveda; visitar las ruinas de la iglesia de Santa María y oír las exclamaciones de la gente sorprendida ante tanta belleza; subir por la pendiente calle Ángel hasta reencontrarnos con el río y contemplar las cristalinas aguas que provienen de la sierra, a los patos que presumen de su lozanía en las losetas naturales del cauce; continuar ascendiendo por veredas abruptas y salpicar las frías aguas rodeadas por una densa arboleda... Todo ello forma parte de mi terapia individual.

Por la tarde fuimos en coche al coqueto pueblo de la Iruela con su monumental castillo. Al llegar a la pequeña plaza del pueblo ascendimos por la carretera de la Virgen de la Cabeza con dirección a los merenderos donde paramos en sus atalayas de balconadas de piedra, contemplando cenitalmente el pueblo de Cazorla y sus alrededores: el castillo de la Yedra, la ermita de la Virgen de la Cabeza, la de San Isicio... Conforme avanzábamos el camino presentaba ligeros desprendimientos de tierra y roca por las abundantes lluvias. Había flujos descontrolados de agua, pequeñas cataratas que descendían de la cúspide de la montaña, gente tomando fotos, otros hacían senderismo y algunos practicaban “running”. Unos metros más allá se halla el nacimiento del ignoto Río Nuevo, que emanaba borbotones de agua que chocaba entre sí buscando su desembocadura en el río Cerezuelo. Estamos ubicados en la zona de Riogazas. De mi plan de recuperación quedan otras escapadas: la visita a los museos de Quesada para admirar las obras del pintor Zabaleta y del poeta Miguel Hernández. Y por supuesto, la visita a mi querido Peal de Becerro con su Cámara Sepulcral de Toya.