Horror a la guerra
No sé si pegará mucho cantar villancicos con una copa de champán en la mano mientras nos ponen en la tele imágenes de guerras monstruosas. Bombardeos de ciudades y personas que huyen despavoridas o sacan de los escombros a criaturas desmembradas. No, no hay ser humano que sea indiferente a semejantes estampas y puedan continuar la velada familiar como si tal cosa. Ni un solo trago de agua nos pasaría por la garganta después de estas imágenes tan reales. Se nos hiela la sangre. Unas Navidades algo extrañas se nos avecinan. El mundo es pura guerra. No sé por qué, pero estoy empezando a no creer que el hombre, los seres humanos somos belicosos y crueles por naturaleza. Las guerras nunca son buenas, son destructivas y se deben evitar a toda costa. Los que mueven esos hilos, los “mandamases”, nunca las padecen en su propia piel. Las miran con frialdad delante de mapas sin un atisbo de dolor, solos con sus congéneres en confortables despachos debatiendo sus cávalas. El pueblo llora a sus hombres y jóvenes que caen en la lucha. Las madres pierden a sus hijos. Los pueblos se arrasan y todo se pierde. Luego todo pasa, el mundo gira y llega el silencio. La memoria trata de borrar los hechos para sanar.