Honores

22 abr 2016 / 17:00 H.

En la genética de los humanos, en mayor o menor dosis, casi siempre se encuentra una porción de vanidad, engreimiento y presuntuosidad. Y suele ocurrir con frecuencia que estos calificativos son exhibidos con mayor ostentación por quienes menos méritos tienen.

Estos elementos suelen producir cierta voracidad, excesiva apetencia de reconocimientos, de eso que llamamos honores y que se recogen en medallas, títulos, diplomas y otros tipos de distinciones y agasajos. Y está bien que, a quienes verdaderamente tengan estos méritos, les sean reconocidos.

Lo que chirría es que a veces hay mucha manga ancha a la hora de concederlos y priva más la amistad, el enchufismo, los intereses oscuros y la conveniencia que la justa rigurosidad. Recuerdo a mi desaparecido amigo Julio Béjar, con quien compartí un sitio en el servicio de correctores en el viejo Diario JAÉN, que me solía decir: “En tiempos de Herodes, como las gentes eran tan bárbaras, a los ladrones los colgaban de la cruces. Hoy, que estamos en el siglo de las luces, del pecho de los ladrones penden las cruces”. Lo recuerdo ahora cuando veo la cantidad de nombramientos honoríficos que se están retirando a personajes que en su día los recibieron y cuya conducta posterior ha demostrado que no los merecían porque, como dice el refrán, “entre el honor y el dinero, lo segundo es lo primero”. A todos nos gustan los elogios pero no hay que dejarse envanecer por ellos. Es bueno, como suele decirse, tener los pies en el suelo.

He leído que el pasado martes, Diego Armando Maradona recibió de manos del presidente de Nicaragua, la más alta distinción que concede aquel país. El presidente, Daniel Ortega, justificó la concesión de este honor al exfutbolista “por ser un ciudadano del planeta con vocación solidaria y libertaria” y “por ser amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez”. Pienso que el astro argentino del balompié merece cuantos honores quieran dársele por su trayectoria como jugador de fútbol, que fue realmente brillante.

Fuera de los terrenos de juego, la ejemplaridad de Maradona está muy en entredicho, porque observó una vida desordenada, salteada de escándalos. Pero allá Maradona y los nicaragüenses. Después de todo una medalla más o menos para alguien que llegó a creerse que era un dios, no debe significar demasiado.