Hipérboles

    12 nov 2023 / 08:59 H.
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    Vivir en un pueblo tiene algo de refugio para quienes tenemos adicción a esa lámpara maravillosa que es el móvil. La red está que arde con la tómbola parlamentaria de la amnistía, las bengalas que ahora le caen a la policía del lado del “a por ellos”, la burguesía catalana que se frota las manos yendo “a por lo suyo” pactando con un candidato al que no le queda otra que tragarse lo dicho para intentar “a por todas” que este país tenga algún gobierno. Por eso, ante la apología del cinismo no queda otra que abandonar el centelleo artificial de las pantallas, dejarse romper por las campanas y bajar a por unos tomates del terreno al colmado de Marina, intercambiar unas palabras amables con la buena mujer que sale a atenderte, quemar la edad con los ejercicios que te dispensa Jonathan Rosales, joven gloria del Linares, en ese modesto tablao de cuarentones donde comparece como un personaje mágico que hubiera esbozado el mismísimo Miyazaki. O buscarle los colores a la tarde camino del Torreón, con la vida afinando su amarillo letargo cuando la luz se hace privilegio otoñal de la sierra. Hace tiempo que no se oyen ambulancias, a menos que alguien suba el volumen del televisor y Ferreras tenga carnaza fresca.

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