Hay motivos

12 feb 2025 / 08:55 H.
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Mientras asistimos atónitos a las primeras actuaciones del presidente Trump, que contradicen la esencia de la democracia, la Constitución norteamericana, los principios básicos del multilateralismo y la carta fundacional de Naciones Unidas, en Madrid se reúnen sin complejos los líderes de la extrema derecha europea para replicar ese modelo en Europa. Si no fuera por la gravedad de los hechos y la amenaza que nos acecha, parecería una estampa al más estilo esperpéntico de Valle Inclán. No sé si los que tan alegremente jalean a Abascal y compañía son conscientes del riesgo que acarrea seguir avivando la llama del odio, el enfrentamiento y la desconfianza. Aristóteles advertía ya en la Grecia clásica de los riesgos que entrañan las tendencias populistas que pueden apelar a los miedos y frustraciones de la población y explicaba las consecuencias de utilizar la demagogia para manipular a las masas, por medio de discursos simplistas y cargados de resentimiento.

No es posible que en la sociedad del conocimiento, cuando más acceso tenemos a la información, a la cultura, y a la memoria, renunciemos a nuestra capacidad intelectual de razonar y reflexionar y caigamos en la trampa de la retórica populista fácil, para buscar soluciones sencillas a cuestiones complejas, poniendo en riesgo las instituciones que garantizan nuestros derechos fundamentales.

Con estos mal denominados “patriotas”, todos y todas estamos en riesgo. Nuestra experiencia en el siglo XX debería servir de enseñanza para reconocer el peligro que encarnan líderes cuyas propuestas rompen el delicado equilibrio democrático y fracturan la cohesión social. Cuando la retórica del odio y el miedo prevalece sobre el diálogo y la razón, se abre el camino a políticas autoritarias y a la violación de los derechos fundamentales. En este sentido, la sociedad civil, las instituciones, los medios de comunicación y todos los que nos sentimos demócratas tenemos el deber de actuar con firmeza y determinación. Solo un tejido social robusto, cimentado en la educación, la participación y la defensa de los valores compartidos, puede resistir los embates de quienes pretenden socavar nuestros logros colectivos. No cabe duda de que la advertencia de los clásicos sigue vigente.

En su libro Memorias de un europeo, Stefan Zweig, relata con amarga lucidez la transformación de una sociedad culta y cosmopolita que, sin apenas darse cuenta, fue dejando de lado los valores de la razón, la tolerancia y la fraternidad para caer en la trampa de las promesas mesiánicas y del odio al extranjero. Aquella deriva nacionalista, propició el surgimiento de líderes que supieron manipular a las masas hasta conducirlas al abismo del fascismo. La situación actual, si bien no idéntica, presenta inquietantes paralelismos y como subrayaba Zweig, la indiferencia inicial de buena parte de la sociedad y la falta de reacción contundente de las élites culturales y políticas allanaron el camino a la barbarie. De igual modo, la pasividad o la relativización del peligro de los nuevos discursos extremistas en nuestros días podrían desencadenar consecuencias igualmente nefastas. Al menos yo necesito creer cada día cuando me pongo en marcha, que hay motivos para hacer frente a toda esta sinrazón y seguir defendiendo a los más débiles frente a quienes legitiman la violencia o la discriminación. La justicia y la dignidad deben seguir siendo nuestra brújula.



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