Hagamos ruido, pero eso, ruido

    09 oct 2019 / 11:28 H.

    Se oye por ahí que nos vamos a Madrid, toca defender nuestro bien más preciado, el aceite. Sería deseable que desde la Subdelegación del Gobierno no se pusiese coto al número de autobuses y/o coches para acudir en masa a la manifestación; ahorrémonos el bochornoso espectáculo de aquella marcha defendiendo el tren, un paseíto en coche, que tiene su guasa, de la capital a Santa Elena, donde la premisa fue permitir la protesta, eso sí, sin hacer mucho ruido, así que poquitos y contados. Algo está claro, a los trenes no le pondrán límite, los trenes ya están limitados en este Jaén nuestro. En este centralizado Estado no queda otra que ir a la Villa y Corte, único sitio donde parecen tener repercusiones las demandas colectivas. Ya lo vimos con la España Vaciada, lo veremos con esos pensionistas que, a su edad, se han cargado con su mochila llena de dignidad, caminan hacia Madrid.

    Con el aceite pasará un tanto de lo mismo, iremos a reclamar atención y justicia a un páramo de asfalto y hormigón donde los olivos son un mero adorno en algunos jardines y rotondas. Ya no vale reclamar en el propio territorio pues lo único que encontraríamos son oídos sordos de los gobernantes, de los medios de comunicación audiovisuales y del resto de ciudadanos. O se reclama en Madrid o no hay nada que hacer. A los madrileños, que se quejan tanto de ser el foro de las manifestaciones, les viene como pelillos a la mar, los manifestantes aún son personas de carne y hueso, comen, beben, gastan dinero y lo dejan en ese sitio dónde arraiga el imaginario colectivo de ser el último peldaño antes del cielo. Pues nada, a Madrid a gritar, enarbolar banderas y vocear consignas, no queda otra. Al menos, el minutaje televisivo y radiofónico estará asegurado, que en un mundo como este no es baladí. Ya, cuando volvamos, seguimos a lo nuestro, gran parte de la culpa de lo demandado allí también es propia. Por lo pronto, sigamos vendiendo el aceite a granel que eso del envasado en origen resulta una vulgaridad, donde se ponga una buena cisterna que quiten las botellas; continuemos atomizando más el sector, 300 cooperativas y almazaras con sus respectivas marcas, son pocas aún; sigamos callando cuando en la hostelería nos pongan envases rellenables, no digamos nada cuando la monodosis de la tostada lleve impresa procedencia de fuera. Ya si eso, cuando concurra la próxima crisis de precios, no es crisis sino un gran negocio para los de siempre, vamos de nuevo a Madrid, y hecho el viaje, de Madrid al cielo.