Hacer los deberes
Lo malo del cambio de hora es que te cuesta adaptarte. Los ritmos circadianos se alteran. Es como si hubieses realizado un viaje de avión aterrizando en otro continente. Te levantas bajo de energía y confuso. Te resulta complejo entender que acontece. Nada más levantarte escuchar unas declaraciones en las que se afirma que es un “deber moral” como crítica política, desorienta, por la hora o por lo inapropiado. No digo que nos se pueda hacer una crítica a la gestión de un gobernante, todo lo contrario, lo que si se espera es que sea coherente. Deber implica una obligación, lo tenemos claro desde la infancia. Nuestra socialización se basa en reforzar y premiar a quien “hace los deberes”. Es el modo de asumir y demostrar el valor de la responsabilidad, de ser consciente del sentimiento de obligación y del deber. Es una garantía para pertenecer a la sociedad, el eje de la confianza mutua y la cooperación que nos ha permitido avanzar. Cuando no se “realizan los deberes” solo se genera desconfianza. Bloquear la gestión y mantener conflictos abiertos existiendo la posibilidad de contribuir y completar propuestas desde acuerdos, no es crítica política es dinamitar los principios democráticos. En la desafección hacia la política habrá que analizar responsabilidades. No hablen de deber moral cuando no son capaces de asumir sus responsabilidades. No hablen de obligaciones públicas cuando defienden intereses personales o de partido. No hablen de responsabilidad democrática cuando el objetivo es mantener el conflicto vivo, postulándose como la solución sin favorecer las medidas y terminar por ser responsable del mismo. El avance moral de la modernidad fue avanzar hacia la igualdad. El siglo XX nos adelantó en la igualdad social y de género. Ahora el ejercicio político está en crear enemigos. ¿A qué clases medias se defienden cuando no se asume la responsabilidad para que se está en la política de lo público, del Estado, del bien común y solo se está en la bronca? No se entiende la lógica cambiante de la cooperación a la disputa del señor Feijóo, la libertad para quien tiene de la señora Ayuso, la prepotencia del señor Iglesias en su partido, la falta de realismo de las políticas de inmigración del señor Sánchez. Les falta humildad, entender que la democracia es el centro y no creerse que son el foco de la historia. La ciudadanía está en sobrellevar la guerra, la de Putin y la de clases —los que más tienen más quieren acumular— que para eso son las guerras. Está en el acceso a la energía, a una sanidad de calidad e igualitaria, a una vivienda. De que le sirve a una persona sin hogar el ingreso mínimo vital y su alegre anuncio, sin políticas que obliguen a que se les alquile un espacio. Igual es cierta la afirmación de Buffett: “Hay una guerra de clases, y la estamos ganando los ricos”. La igualdad se consigue eliminando la pobreza, la de recursos y sobre todo la moral. Esta última extendida entre quienes creen y desean dirigirnos. Si queremos vivir con cohesión territorial habrá que saber convivir con las distintas formas de entenderla. Si queremos ejercer las responsabilidades políticas habrá que pensar en la ciudadanía, en satisfacer las necesidades y derechos Constitucionales. La Constitución es la lista de tareas para partidos políticos y las personas que están en política, y no la de mostrar que somos el mejor estudiantado del señor Buffett.