Hablemos de cómo te sientes
Vamos tan deprisa que no conseguimos que nuestro latido acompase a nuestro cerebro y eso supone un desequilibrio entre cuerpo y mente, realidad y percepción. La brújula de las emociones se mueve a su antojo sin que podamos hacer nada para evitarlo. La búsqueda de una justificación que nos explique el porqué de ese sentir, de esa tristeza infinita, angustia o miedo que nos paraliza y nos impide llevar una vida medianamente aceptable. Ya no digo feliz, no aspiro a tanto; he comprendido que la felicidad es momentánea —solo existe a ratos—, por eso es tan importante aprender a distinguir esos momentos y disfrutarlos al máximo.
Para la mayoría de nosotros se han acabado las vacaciones de verano. Habrán sido mejores o peores, pero han sido vacaciones; al menos hemos podido desconectar de estudios o trabajo durante un tiempo. Un motivo de estrés, ansiedad y depresión para muchos de los que estáis leyendo este artículo. Si eres joven o adolescente debes saber que no eres el único, pues según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada siete adolescentes de entre 10 y 19 años padece algún trastorno mental. Los más comunes en esta etapa incluyen la depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento. Yo ampliaría la edad que ofrece la OMS hasta los 30, ya que a esta edad se produce la entrada real a la vida adulta y el inevitable abandono de la juventud.
Si has superado esta etapa tan convulsa, en la que se experimentan una serie de cambios físicos, emocionales y sociales, en la que cada vez se alarga más la etapa de estudios, se vuelve más exigente y encontrar trabajo se convierte en misión imposible. Si tienes la suerte de ser una persona adulta, te toca ayudar y acompañar a otros para que consigan escapar ilesos o con el menor número de cicatrices posible de este período. No me refiero a ir quitando las piedras del camino, sino a saber escuchar sin juzgar, a ponerte sus zapatos y conseguir comprender el camino que han recorrido hasta este punto. Los adultos a menudo nos encerramos en nuestros propios problemas y hacemos enormes las pequeñas cosas. Olvidamos que vivimos en un entorno social al que estamos obligados a contribuir para que no se apague como la planta que se olvida en la oscuridad o la mascota a la que no se le da cariño. Si eres una persona adulta, deja de mirarte el ombligo y sé generosa, colabora con tu entorno más próximo, conviértete en luz y reparte cariño a tu alrededor.
He leído que el suicidio es la cuarta causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. La mayoría de nosotros conocemos a alguien que se ha suicidado, o incluso ha sucedido dentro de nuestra propia familia... Esto no es algo que comentemos; tal vez sea porque nos resulte demasiado doloroso, pero puede que el estigma que acompañe a las enfermedades mentales sea un motivo importante para evitar el tema. Los trastornos mentales están en continuo aumento; lo sabemos y simplemente lo callamos. Este silencio impide que podamos ayudarnos. Que seamos columna o superficie para nuestros jóvenes.
Una de las grandes causas que provocan sentimientos de inferioridad, baja autoestima, ansiedad y un gran abanico de enfermedades mentales son las redes sociales, enormemente adictivas, sobre todo entre los jóvenes y adolescentes. Por un lado, nos ayudan a relacionarnos, actualizarnos, informarnos, dar a conocer nuestro negocio..., y por otro nos exhibe como si fuésemos maniquíes en un escaparate; pero nosotros tenemos emociones y las opiniones de otros tienen el poder de girar el termostato de nuestro ánimo. Tememos el juicio social; por esa razón mostramos solo nuestros éxitos a través de la pantalla, vidas perfectas ante los ojos de nuestros seguidores, aunque la realidad sea muy distinta.
Las exigencias académicas son otra de las grandes causas que producen emociones negativas en los jóvenes. Aunque es importante el esfuerzo y dar lo mejor de uno mismo, también es crucial recordar que no todos tenemos las mismas capacidades. Hay jóvenes que sienten que deben ser los mejores en todo, que cualquier fallo es un fracaso personal y que no cumplir con las expectativas de padres, profesores e incluso de ellos mismos es un signo de debilidad. Es importante que como sociedad entendamos que la educación no debe ser una carrera de obstáculos, sino un camino de crecimiento personal y académico.
Existe una gran presión cultural y social para mantener una imagen de fortaleza y equilibrio, lo que ocasiona que muchas personas oculten sus luchas internas para no parecer débiles. Se nos olvida que somos humanos y lo que nos hace humanos es la capacidad de sentir, gracias a la psiquiatría y a la psicología aprendemos a manejar nuestras emociones y evitar ir a la deriva. Como sociedad debemos dejar de ser hipócritas y ayudar a que nuestros jóvenes, que son el futuro, se sientan seguros para poder expresarse con total libertad.