Gestionando el problema

15 feb 2020 / 10:49 H.
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Aquel negrito del África tropical que nos cantaba las excelencias de una grumosa bebida cacaolada ya no se pasea con su ritmo dulzón por los mentideros publicitarios. Ha sido sustituido por una nueva versión que cambia la archiconocida letra, que seguro estáis tarareando ahora mismo, por otra que dice: “Hay cosas que nunca cambian, que siempre serán igual, con leche cada mañana y con cacao natural". Ciertamente todo encaja y se puede cantar con la misma cadencia. Ya no está el futbolista que lo tomaba para “entrar” goles. Tampoco el ciclista que se hacía el amo de la pista ni el boxeador que golpeaba que es un primor. Ahora lo toman futbolistas y nadadoras, grandes artistas y supercampeonas. El pasado se vuelve aterradoramente incorrecto. Nos hemos teñido de una capa de asepsia multicultural incorporando miradas escudriñadoras que aplican el cristal actual a realidades que poblaron nuestra sociedad en otro tiempo, en otro espacio, en otro universo. Racismo, sexismo, xenofobia, machismo, capacitismo incluso, son conceptos que nos acompañaron en épocas no muy lejanas y que forman parte del legado que ahora diseccionamos con mimo e incluso con saña no carente de razón. Ni el aparentemente blanco e inocuo mundo de los dibujos animados de siempre o algunos vetustos episodios de series clásicas se salvan de la nueva percepción que demoniza su forma de presentar la sociedad. El imperio Disney, por poner un ejemplo, está rediseñando en sus plataformas la forma en que se proyectan alguno de sus títulos que aparecen ahora con rótulos que avisan de que el programa puede contener mensajes o retratos culturales anticuados y que ha de verse sabiendo de antemano que nos toparemos con prejuicios étnicos erróneos. Existe incluso una película disneyana, Canción del Sur, que directamente se ha eliminado de los catálogos por cómo trata, edulcorada e idílicamente, el drama de la esclavitud. Pero este revisionismo cultural que, en ocasiones censura determinadas escenas o conceptos puede llevarnos a un escenario en el que se olvide que esos prejuicios existieron en su momento. Y el olvido nunca suele ser el mejor remedio para evitar repeticiones históricas. Cuando en nuestra jurásica infancia veíamos que una centaura, obviamente femenina y de raza negra, limpiaba las pezuñas a un caballo, masculino y blanco, ni se nos ocurría pensar que estábamos ante un episodio de machismo redomado, de sumisión de la mujer o de opresión del heteropatriarcado. ¿Acaso veíamos maltrato animal en el circo de Dumbo? Es más, en tiempos más recientes, ¿nos planteamos que Pocahontas, en realidad, difumina los males del colonialismo rociándolos con un empalagoso y romántico flirteo con el “invasor” inglés?

Nos envuelve una irrefrenable tendencia a cuestionar y corregir moralidades ya pasadas y a tratar de gestionar el pasado con las claves de las que ahora disponemos para movernos por el proceloso mundo en el que lo políticamente correcto ha llegado para quedarse y dar un baño de actualidad a lo que ya vivimos en su día. Así, en el nuevo Dumbo los animales del circo son liberados de su esclavitud o nos encontramos con una Elsa que abraza ese empoderamiento femenino que la hace no esperar la llegada del príncipe azul. El pasado, ya lo dice el refrán, pasado está. Que el futuro no sea un remake de fotogramas añejos.

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