Gestión y civismo

07 ene 2021 / 16:02 H.
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Es difícil encontrar aspectos positivos en el año que ha terminado. 2020 será recordado y señalado en la historia de la humanidad como el de la gran pandemia, la de la covid-19, que nos ha puesto como especie ante el espejo de la vulnerabilidad y ha cambiado nuestra vida de relación con los demás, de los contactos de masas, e incluso nuestros hábitos de transporte. Hemos asistido a estadísticas diarias de enfermos y muertes, todo envuelto en una atmósfera de tristeza e incertidumbre, con la que encaramos el año recién comenzado.

Pero es obligatorio alabar el trabajo del personal sanitario, más allá de los aplausos diarios que no debimos abandonar nunca, por más que algunos prefirieran salir a los balcones con el ruido de las cacerolas. Y extender este reconocimiento a los trabajadores esenciales de tantos sectores, que nos han permitido seguir con nuestras actividades imprescindibles. Y desde luego aplaudir la creación luminosa de la vacuna, que en un esfuerzo de coordinación y cooperación internacional sin precedentes ha alumbrado un remedio en menos de un año. Fueron la globalización, el contacto social, o los viajes, los que diseminaron el virus por todo el planeta, pero es la misma globalización la que hace posible la obtención de la vacuna en un tiempo récord. Todo un ejemplo de como la colaboración entre países se antepone a los estrechos nacionalismos.

Es de esperar que la campaña de vacunación masiva recién comenzada, que es un enorme desafío logístico para el sistema público de salud, no se convierta una vez más en un cruce de reproches entre gobiernos autonómicos o entre éstos y el estatal. Esperamos asimismo, una eficacia superior a la demostrada antes en la implantación de test de diagnósticos, en el refuerzo de las plantillas sanitarias, o en la contratación de rastreadores, cuestiones que a mi juicio, han sido un fracaso de la llamada co-gobernanza. Tampoco ha sido un buen ejemplo la escasa cooperación entre las autonomías, para la adopción de medidas restrictivas a la movilidad; más que
co-gobernanza, ha sido una cacofonía entre las que destacaron solo los reproches. Otra vez, no. Con la vacunación —o tras ella—, queda la reconstrucción económica. Hay actividades muy dañadas como hostelería, turismo o transportes, que van a necesitar un fuerte apoyo; se produce también un incremento de la desigualdad, que se superpone al crónico desempleo, fundamentalmente en los menores de 45 años que ya han sufrido dos crisis económicas profundas en los últimos quince, y que tienen su realidad y su futuro marcado por el paro o los bajos salarios. Con las actividades privadas en retroceso o al ralentí, es el sector público el que ha de liderar la reanimación económica y social. Esto necesita liderazgo y colaboración.

Pero también hay aquí elementos positivos: Por una parte financiación europea cuantiosa y endeudamiento con tipos de interés cercanos a cero. Por primera vez el dinero no es el problema, sino el acierto en los proyectos y planes a poner en marcha; en segundo lugar hay por fin Presupuestos Generales, los más expansivos de la historia tras varias prórrogas de los anteriores, además con un apoyo político amplio. Los tiempos son muy difíciles, pero contamos con la vacunación masiva y con un gran esfuerzo de financiación. Hemos de exigir a la política colaboración y apoyo, a los medios de comunicación información veraz y sosegada y los ciudadanos hemos de responder con prudencia y civismo, evitando los errores y apoyando los aciertos.

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