George Bailey

    22 dic 2024 / 08:55 H.
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    El día 24 quisiera estar en Bedford Falls, ayudando al bueno de George en su noche crucial. Recorrería la ciudad, buscándolo y pisando la nieve que el malvado Sr. Potter ennegrecerá con su vileza de rico miserable. Con suerte, lo encontraría en el bar de Martini en compañía de Clarence, su ángel de la guarda de segunda clase. Lo acompañaría a su casa, prestándole mi abrigo. Pero estaré en Jaén, en la calle, rodeado por una legión de frenéticos consumidores, apretando entre mis manos varias bolsas de regalos que, seguro, serán descambiados y deseando felices fiestas de manera mecánica en la víspera de una Navidad que dejó de gustarme hace años. Anhelo ya el fin de la felicidad por decreto y el retorno de la cruel y egoísta realidad, arrinconada unos días por luces, risas, villancicos y encuentros. Quiero que desaparezca la gente de los bares, tiendas y plazas, que la lotería no le toque a nadie si no me toca a mí, que acabe este engañabobos y que cierren este parque temático de fantasía con sucursales en todas partes. En fin, yo iré a casa de mi cuñada a sonreír, comer y beber sin mesura, mientras que George Bailey estará a punto de tirarse al helado río de la desesperación por un puñado de cochino dinero.



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