Garci es el “crack”

02 nov 2019 / 11:15 H.
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José Luis Garci nos ofrece en “El Crack Cero” una vida de repuesto. El cine de Garci no trata de parecerse a la vida, sino de parecerse al cine. Él mismo ha dicho en numerosas entrevistas que, de niño, sus padres no le contaban cuentos, sino que le contaban películas. “El Crack Cero”, estrenada recientemente, no trata de recrear un misterioso crimen en aquel Madrid de 1975 durante los días de la muerte de Franco, como erróneamente pudiera pensarse si solo se atiende a la epidermis de la cinta, sino que es un sensacional, emocionante y, a veces, conmovedor homenaje en blanco y negro a la película “Casablanca”, con salas de juego clandestinas y amores perdidos para siempre como por un disparo surgido de una ruleta.

La película transcurre en ese Madrid característico de transición —cuando todavía no había llegado la Transición—, pero la atmósfera, el ambiente, los personajes, el olor del perfume de las “mujeres fatales” que transitan la historia, y, sobre todo, esa complicidad última entre el jefe de Policía y el protagonista, Germán Areta, —reflejo de una amistad inquebrantable—, nos traslada a ese universo superior, es de Bogart sin Bogart, el del actor Carlos Santos, ahora que Alfredo Landa se fue a los cielos.

El cine de Garci es melancolía, frases brillantísimas y soledad. Es vivir con el gol de Marsal en la memoria. La vida de repuesto, que dice Garci. Música interior. Esos diálogos sublimes e imposibles en la vida real. Conversaciones sacadas de los libros. Amor a los libros. “Los libros abrigan”, afirma en un momento dado Germán Areta, “El Piojo”, ese detective de extrarradio introvertido, íntegro, noble, y con un escondido matiz despiadado ante la injusticia bajo su rostro indescifrable.

El Madrid de cuando entonces era una ciudad luminosa y mediocre que olía a raciones de callos y a vino a granel, pero el Madrid de Garci huele a dry Martini y a liguero negro usado de mujer fatal. “Yo ya no soy de este tiempo”, dice el peluquero a Areta. La nostalgia nace en la obra cinematográfica y literaria de José Luis Garci porque sus personajes pisan el presente pero miran constantemente hacia el pasado.

Cuando José Sacristán habla delante del micrófono envuelto en el humo del cigarrillo que está apurando en “Solos en la madrugada”, ante la nueva vida que se abre tanto a su personaje como al interpretado por María Casanova, añora ya ese presente, lo que se va para siempre, lo que no volverá nunca. Y “El Crack Cero” deja finalmente en el espectador una sensación de desasosiego, de nostalgia y de inmensa satisfacción por el cine bien hecho. Por el cine que ya no se hace. Más que atmósfera de cine negro, la película tiene atmósfera de novela policíaca. Hay sonidos de Raymond Chandler, sí, pero también de George Simenon, porque en la novela negra lo principal es la trama, y en Simenon lo esencial es el alma de los personajes. Como sucede en el cine de Garci. Si en las películas de Garci nevara, la nieve estaría sucia.

En “El Crack Cero” está colosal Patricia Vico que, como se ha escrito, “pide blanco y negro y mira a la cámara y a Germán Areta desde ese arriba de quien sabe quitarse un guante”. Recuerda ese pasaje de “Insert Coin”, extraordinario libro de relatos publicado por Garci en 2018, en el que un personaje asegura: “El secreto de un buen beso es la lentitud”.

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