¡Fuera de mi propiedad!

14 ene 2021 / 17:51 H.
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El patriotismo es una de las lacras contemporáneas más nefastas. Lo vimos con estupor estos días pasados, en el esperpento de la toma del Capitolio en EE UU Aunque no lo parezca, todos allí quieren “hacer América grande de nuevo”, y todos son y serían capaces de dejarse la piel por defender su bandera, esa bandera omnipresente de todas las películas, incluso aquellas que critican las imperfecciones del sistema, que son muchas, y a veces escandalosas. Para escándalo, sin embargo, lo que ha sucedido. Nadie podrá sustraerse a las noticias, a los acontecimientos y su evolución, derivados de un Donald Trump que ha acabado muriendo matando, y que no ha ido a mayores precisamente porque vive en EE UU, ese país donde suceden esas cosas y al otro día entierran a los muertos y se vuelve a la rutina, escribiendo otro capítulo sangriento de su historia sangrienta. Bueno, como descargo habría que añadir que no hay historia que no lo sea.

No sé si algún día llegaremos aquí a los extremos estadounidenses, que por menos de un pimiento sacan su rifle, su escopeta, sus pistolas o, los más belicosos, una metralleta de último modelo. Chirría de todos modos el sentido de lo individual. “¡Fuera de mi propiedad o disparo!”, gritó un señor con sombrero texano, apuntando con amenazas a un pobre pato que había entrado a picotear en su césped. “Esta noche hay pato de cena, hijo mío. Apunta bien y tráetelo, que lo vamos a desplumar”, añadió.

Cada imperio posee características propias. Autopistas de ocho carriles, tren de este a oeste, fuerte consumismo y, sobre todo, una conciencia activa y violenta, armas y militarización de la sociedad, que en ningún caso renuncia a los valores absolutos e innegociables de la patria. Puede que tras algunas reestructuraciones haya Enmiendas a la Constitución, pero serán solo eso, parches para aclarar algunas lagunas y adaptar a las necesidades de cada época las leyes. Ningún Imperio, no obstante, dura eternamente. Leemos por ejemplo en las crónicas de Suetonio cómo se iba desmembrando y desvirtuando el Imperio Romano, que subsistió siglos, a partir de las luchas intestinas de poder, las guerras domésticas, los intereses espurios y las conspiraciones de unos y otros. ¿Hay muchas diferencias con Yanquilandia? Me refiero a lo básico, a la estructura externa que fomenta la individualidad frente a la colectividad y que antepone el egoísmo al altruismo, ese que nunca repartirá equitativamente la riqueza en pro de una sociedad más igualitaria. Lo bueno y lo malo, efectivamente, como las dos caras de una misma moneda, precio que hay que pagar sí o sí para entender lo que pasa. La cosa, como sabemos, viene desde muy lejos. La política desprestigiada, el show business elevado a la enésima potencia, que aquí siempre dijimos farándula. Ya Ronald Reagan, actor de segunda fila, dio el paso a la política para convertirse en el gran defensor del neoliberalismo frente a lo que quedaba de la URSS. Trump, magnate y personaje televisivo, figura mediática de la extrema derecha y de la intolerancia más acérrima, ha venido a dar la puntilla a cualquier atisbo de apertura de Obama... Aunque no fuera demasiado, era ciertamente preferible Barack, que trajo alguna esperanza... Pero tampoco nos hagamos ilusiones, porque allí todos —todos es absolutamente todos— son muy patriotas. No les faltan ocasiones para exhibirlo.

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