Francisco, Borges y la JMJ

04 ago 2023 / 08:58 H.
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La Jornada Mundial de la Juventud está en plena efervescencia en Lisboa. Y ahí, redes a través, descubro a dos participantes, Alejandra y María Alejo, con las que compartí esa ilusionante tarea de aprender y de enseñar entre las paredes de unas aulas abiertas al camino con un equipaje lleno de valores. Verlas animadas en la alegría de los actos y agitando no solo su sonrisa amplia y su mirada comprometida sino también nuestra bandera me ha devuelto ese punto de juventud añorada, de la interacción diaria con unos chavales prestos a “aprender a vivir” como tantas veces he comentado. Por otro lado, también tengo que referirme a otra pincelada que me toca de cerca. Como antiguo alumno de la comunidad Marista, me enorgullece ver a las nuevas generaciones unidas en la convivencia del Festival Mundial Marista celebrado junto a la JMJ. Jóvenes con alma y corazón de futuro.

Los actos los preside el Papa Francisco, y frente a él, varios miles de jóvenes de todo el mundo, casi un millón, de los que unos mil son de Jaén. Ver sus imágenes tanto en los actos litúrgicos como en encuentros y otras convivencias, incluso deportivas, dan pie a pensar que no siempre es cierta esa idea de juventudes ajenas a cualquier tipo de valor, de sentimiento religioso o sencillamente de portar ciertas esencias que, en el fondo, se vean desde una óptica religiosa o de entrega y cooperación con los demás, son la base de una sociedad de la que poder disfrutar y hacer nuestra mirándonos en los demás y tendiendo nuestras manos.

Pero vayamos a la otra parte del título de esta columna. Tiempo ha, cuando Francisco era solo Jorge Bergoglio y se dedicaba a enseñar literatura, allá por el año 1965, en el Colegio jesuita de la Inmaculada Concepción en Santa Fe, Argentina, decidió que uno de los ponentes invitados para sus cursos podía ser Jorge Luis Borges. Y la magia se produjo. Los chavales de cuarto y quinto de Secundaria se vieron inmersos en una de esas carambolas a las que tan aficionada es la historia. Uno de aquellos muchachos, Jorge Milia, comentó recordando aquel curso que “Borges era un viejo zorro sumamente seductor. Cuando lo dejabas articular dos palabras el mundo cambiaba y era todo magia”. El propio Francisco, mecido también en la añoranza del recuerdo, se refirió a sus alumnos con estas palabras: “Los quise mucho. No me fueron ni me son indiferentes. Pasó el tiempo y no me olvidé de ellos”. Hago mía esa frase y, mientras la trascribo, me recorre el sistema nervioso el relámpago que ilumina a mis alumnos, a mis alumnas, a lo largo de casi cuarenta años de aula, de emoción, de mirarme cada mañana en los ojos de aquellos niños y niñas, de crecer con ellos y, quizá, darles pistas para mover sus alas y volar libres.

Una de esas formas de volar es leer. Y, precisamente, Borges se refiere a Francisco así: “Es muy buen lector, enseña literatura y es una persona inteligente y sensata; con él se puede hablar de cualquier tema: de filosofía, de teología, de política. Es jesuita y hasta tiene sentido del humor”.

Ahora la juventud está disfrutando de su presencia, de sus palabras. Y quizá yo las estoy viviendo a través de los ojos de María y de Alejandra. Me siento muy orgulloso de haber compartido aula y “vida” con vosotras. Esa es una de las recompensas de ser maestro. Gracias.

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