Fragor de viento enloquecido

25 oct 2023 / 09:08 H.
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La historia suele repetirse, dicen, y a la vuelta de un calendario cualquiera te golpea —o te acaricia— con un hecho, una sorpresa o, lo que es más habitual, una desgracia o, al menos, algo que pudo serlo antes y ahora. Corría la primera semana de noviembre de 1997, hace ya la friolera de veintiséis añitos, y al acudir al Colegio “Serrano de Haro” a encontrarme con “mis” niños y niñas” que entonces cursaban primero de Primaria, me encontré, junto con ellos, frente a un devastado panorama: el tejado, de un tipo de plancha metálica rojiza, se había levantado por el fuerte viento y estaba extendido, como en fila para volver a entrar a las aulas, en el patio delantero. Las páginas de Diario JAÉN se hicieron eco del “espectáculo” dantesco que dejó sin clase a los más de ochocientos chavales que estaban matriculados en aquel curso. Al menos no hubo que lamentar daños personales ya que el feroz despliegue de ráfagas infernales se produjo de noche, fuera obviamente del horario lectivo.

Hoy, por ayer, hace apenas horas, nos hemos levantado con una noticia que reproduce la noticia de 1997: el tejado del IES “Fuente de la Peña”, de similares características al del “Serrano de Haro”, ha volado también en una noche de aquelarre gracias a la borrasca Bernard que nos ha acompañado y que ha hecho estragos también en mobiliario urbano y en los árboles y vegetación de la ciudad. Tampoco en esta ocasión se han producido daños personales, aunque sí se observan algunos daños estructurales en el edificio.

En aquel tiempo en que aún no me había retirado el zarpazo miasténico de mi labor docente, frente al tejado caído del Serrano de Haro, imaginé que estábamos en una de esas películas de desastres que por aquel entonces estaban más de moda que hoy en día. Y así, en estas mismas páginas publiqué un artículo titulado “De Twister al Poseidón” en el que comparaba lo acontecido en el colegio con las idas y venidas de huracanes, sunamis, terremotos y toda la demás parafernalia catastrofista al uso. No me resisto a reproducir un párrafo de aquel texto que, desgraciadamente, sigue de actualidad: “El viento, encrespado y fuera de control se deslizó, salvaje, cruel, inusitadamente vital, por la cámara de aire sobre la que descansa la rojiza estructura metálica que soporta el tejado. Extraños sonidos acompañaban, cuan nana feroz y desalmada, las aulas vacías, repletas quizá del recuerdo de mil y un pasos infantiles oliendo a goma de borrar con polvo de tiza en suspensión. La vibración fue aumentando. El sistema de sujeción de las placas, extrañamente siniestras a la luz de una luna expectante, estaba cediendo. Las abrazaderas dejaron de cumplir su amorosa función y, acompañado del más auténtico “stereo dolby sensorround”, el tejado dejó de existir. El soplo inmisericorde del viento hizo girar las placas una y otra vez. Las lanzó contra el suelo, los dejó caer en los patios en los que volvieron a girar enloquecidas haciendo estallar cristales y persianas. Ese baile enloquecido fue el inesperado último espectáculo que pudieron alcanzar a ver alguno de los venerables árboles que circundaban el recinto antes de ser devorados también por el paranoico comportamiento del aire enloquecido. El popular dicho “Aulas sin muros” quedó en “Aulas sin techo”. Decididamente, la historia se repite.

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