Formación de valor

    12 mar 2024 / 10:17 H.
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    Hace unos días, tuve la oportunidad de asistir a la presentación de una nueva edición, la tercera que se va a celebrar en Jaén, del Programa de Transformación Directiva, que de la mano del Instituto de Posgrado de la Fundación San Pablo Andalucía CEU, acerca al tejido empresarial de nuestra provincia, un programa formativo de tres meses de duración que permite a los profesionales adquirir conocimientos, habilidades y actitudes directivas, desarrollando una visión integral de la empresa. Acudí con un empresario amigo y durante el trayecto al Parque Tecnológico y Científico de Geolit, lugar en donde se celebró el acto, tuvimos oportunidad de debatir en relación a la importancia que supone para nuestra provincia, el poder disfrutar por un lado de una Universidad de Jaén, cada vez más prestigiosa e innovadora y por otro, de la suerte de contar con una formación privada de calidad complementaria y de valor añadido a la que desde la UJA, forma de manera eficaz a nuestros profesionales del mañana.

    Si la capacidad docente del profesorado es fundamental para garantizar una enseñanza de calidad, no es menos cierto que la investigación desempeña un papel esencial en el avance de cualquier disciplina académica. Y si consideramos la innovación como el motor del progreso en todas las áreas del conocimiento, podremos aseverar con cierto orgullo, que la capacidad investigadora del profesorado de la UJA, juega un papel crucial en la integración de nuevas tecnologías y metodologías en el proceso educativo.

    Esta realidad, punto de encuentro entre la opinión de ambos, contrastaba con aquella que mi acompañante sostenía en relación a que, según su parecer, estamos ante una generación escasamente preparada para afrontar los retos del mercado profesional. Mal preparada y muy titulada que nos es lo mismo, me comentaba; y con importantes debilidades en los ámbitos personal y civil, que siempre deben acompañar al ámbito profesional, en la formación integral del individuo.

    A mi entender, esta cuestión justifica el éxito creciente de las instituciones que apuestan por impulsar una práctica formativa más humana. Una forma de trabajar que pone el acento en valores como la empatía, la autenticidad y la humildad, y que comprende que las organizaciones prosperan cuando sus miembros crecen y se desarrollan como individuos.

    Otro caso bien distinto, es el de considerar —como sostenía mi acompañante— la falta de capacidades de algunos que, con escasas horas de vuelo docente se autoproclaman “expertos”, con la consiguiente repercusión negativa que, en el proceso de formación para el alumno, supone esta circunstancia.

    Observo como en el extravagante circo de las vanidades, resulta cotidiano presenciar el fenómeno del “experto” con escasa experiencia profesional, alimentado únicamente por una dieta de teorías y una exigua vida docente. Es como si un piloto novel pretendiera impartir cátedras de vuelo a los veteranos de la aviación.

    En este escenario, el neófito experto —que infelizmente habita en instituciones de prestigio— se balancea en la cuerda floja del conocimiento, con el único respaldo de unos cuantos diplomas y una biblioteca de renombre. Su única interacción con el mundo real ha sido a través del filtro de las aulas, donde la vida práctica se desvanece ante la abstracción teórica. Es como si alguien que solo ha leído sobre la natación se atreviera a enseñar a los demás a bucear en aguas profundas.

    Este desfile de los inexpertos, encaramados en pedestales de autoafirmación, nos invita a cuestionar el verdadero significado de la maestría. ¿Acaso se puede considerar maestro a quien no se ha enfrentado a desafíos reales en el campo de batalla laboral? ¿O es que ahora la teoría se ha vuelto más valiosa que la práctica?

    En cualquier caso, concluimos ambos, que en un mundo donde reina el conocimiento, la experiencia sigue siendo la verdadera moneda de cambio, y es de eso, de lo que pudimos disfrutar en nuestra enriquecedora y agradable jornada en Geolit.

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