Final de etapa

05 nov 2019 / 10:38 H.
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Ya se sabe que es cuestión de fe. La muerte es para algunos el final de un camino y para otros solamente el final de una etapa. Toda convicción es respetable sobre todo cuando la consecuencia más inmediata y directa es que sea el final cual fuere, la realidad es que representa una pérdida dolorosa para unos y para otros, más allá de las creencias. Cuando se viven muchos años se llega a crear una relación con la muerte más cotidiana, más cercana y menos preocupante. Son ya incontables las experiencias dolorosas y, aunque siempre una pérdida de un ser que quieres te llenará el corazón de pena, lo aceptas, no ya porque es un final natural, sino porque nada podemos hacer por evitarlo. Ya ven que cada vez son más frecuentes las “brisas” que debo dedicar a la memoria de amigos y familiares que se van para siempre. Este modesto homenaje del recuerdo es lo menos que puedo hacer por esas personas amigas, que mueren tras haber dejado una vida dedicada en gran parte al servicio de Jaén y sus gentes, sobre todo si lo hicieron sin armar ruido, en silencio y constante trabajo, como hizo José Bautista Soriano, desde su puesto en las asociaciones vecinales, en las que realizó una labor incansable durante muchos años. Con diferencia de horas, también nos dejó Juan Latorre Nicás, conocido y querido como “Didí”, a quien yo conocí hace 70 años, cuando él cargaba en sus hombros una canasta de pan que repartía por el barrio de San Ildefonso y en los ratos libres jugábamos con una pelota de trapo en el Portillo de San Jerónimo, aunque por aquellos tiempos no era conocido como Didí, sino con otro apodo que no viene al caso. Era tres años mayor que yo y, cuando volvimos a coincidir, él ya era el inquieto y popular Didí, un joven que estaba ligado a la Federación Jiennense de Fútbol, ya en tiempos en que Sebastián Barajas era el presidente, en cuyo organismo servía de chico para todo, lo mismo era utillero, encargado de almacén, cuidaba las instalaciones deportivas o que traía y llevaba el correo. Su vocación era el fútbol base y siempre estuvo rodeado de chavales que aspiraban a ser grandes jugadores, a los que cuidaba y aconsejaba. Didí fue siempre un chiquillo grande, bueno, no demasiado grande, porque era un tipo menudo, inquieto, sonriente, que corría más que andaba y era feliz teniendo cerca un balón y un grupo de chavalillos.

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