Fin de
trayecto: Jaén

27 feb 2019 / 16:13 H.

Andar en tren es de lo mejor, decía la canción infantil. Se tira del cordel. Y se para el tren. Viene el revisor, se enfadará y te mandará bajar del tren. Si viajas de día imagina que la ventana de tu vagón es la pantalla de tu ordenador gigante y persigue a los camiones y coches como si fueran iconos y descubre tu reflejo como una fotografía velada. Viajar a Jaén siempre es especial, nadie se espera tantos olivos, un paisaje ordenado por hombres. El tren recoge exploradores, pensadores y estudiantes y en cada parada deja el final o el principio de una historia. Deja maletas y abrazos. Las vías aéreas son esas catenarias con forma de hombres forzudos de cinco metros que sostienen un renglón para los pájaros. El viento peina el paisaje de izquierda a derecha y los túneles bostezan modernas locomotoras, silencian diálogos de teléfono, enseñan fábricas de Harinas huecas y esconden montañas que descansan protegidas por las nubes. Tengo un compañero de trabajo que aprendió de niño algo tan difícil como es plantar olivos, saber ese espacio que necesitan para crecer. Y contempla la pantalla, descubre el castillo de Santa Catalina, Jabalcuz, la Catedral y las cuestas. El altavoz anuncia el fin de trayecto: Jaén.