¡Feliz Navidad!

24 dic 2020 / 15:10 H.
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Lo normal en la vida es que andemos todos metidos de lleno en nuestros proyectos aceptando que nos podrá ir mejor o peor. Pero a veces surge un factor ajeno e imprevisto, que nada tiene que ver con ellos —ni con nuestra manera de gestionarlos— y que acaba rompiéndonos los esquemas. Y es que, queramos o no, el azar, la suerte, es un elemento esencial de nuestra vida. Por eso año tras año, como si fuésemos toreros antes de la corrida, nos aplicamos gustosos en cumplir con la tradición de pedirla o desearla. Aunque también es cierto algunas veces lo que vemos como mala suerte resulta que trae consigo determinadas bondades. O viceversa. Hay a quien tocarle la lotería le ha llevado a la peor de las ruinas. Recuerdo la anécdota de Juan Belmonte cuando, a las puertas de la Maestranza, un joven y debutante novillero le decía, “maestro, a ver si tengo suerte y me sale un toro bravo”. “Que no te salga, muchacho, que no te salga”, le contestó. Porque nunca se sabe lo que es mejor. Aplicar a la grave situación sanitaria, económica y política que tenemos aquello de que no hay mal que por bien no venga podría parecer hasta broma de mal gusto. Pero tampoco lo deberíamos descartar. Decía Julián Marías al respecto que “el azar rompe las jaulas en que el hombre se encierra a veces”, cumpliendo una función positiva en lo que podría suponer el restablecimiento de la propia libertad. Cuando la vida está muy planificada el azar rompe los esquemas e introduce la necesidad de reaccionar frente a ellos. Es esa lidia de lo imprevisible para la que hay que estar preparados. Son cosas que pasan lo mismo si nos referimos a nuestra vida individual que si nos situamos en el ámbito histórico de cada nación o —como ahora— a nivel global o mundial. Si es que la sacudida ha sido solo una cuestión de azar. Que esa es otra.

El caso es que, acercándose el final de un año tan peculiar —por decirlo de manera suave— y cumpliendo con la navideña costumbre de desearnos lo mejor para el siguiente, no resulta fácil encontrar la frase adecuada para colocar junto al arbolillo y las estrellas de la tarjeta acartonada o el mensaje “guasapero”. El dicho “Que Dios reparta suerte” que suelen usar los toreros antes de iniciar el paseíllo no parece desentonar. Desde luego es mucho más adecuado que la sentencia que —en esos previos— lanzaba a sus compañeros de terna el terrible venezolano César Girón: “¡cornás pa tós, hijoputas!”. Pero buscando otras alternativas, para los “christmas” 2021, parece más adecuada y oportuna esa escatológica expresión de “¡mucha mierda!” con la que concertistas y comediantes se desean éxitos y fortuna antes de cada función. Al parecer la cosa viene de antaño —siglos XVII y XVIII— cuando las clases acaudaladas, que acudían a los teatros en coches de caballos, premiaban a los artistas lanzando monedas al escenario mientras se bajaba el telón. Y los artistas sabían que a más coches más ingresos. Y que la recaudación estaba directamente relacionada con la cantidad de excrementos de las incontinentes caballerías que esperaban fuera. Sea como fuere, y con la que está cayendo, desearnos buena suerte es lo menos que podemos hacer. Así que lo dicho, ¡Feliz Navidad y mucha mierda para 2021! Mierda de caballo. De la otra —que hay una poca— sería suficiente con que algunos dejasen de removerla. Aunque solo sea por estas fechas.

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