
Feliz Año Nuevo
Las nocheviejas se parecen tanto que no alcanzo a recordar cual fue. Seguramente era joven pues no me imagino llevando a cabo semejantes aventuras en estos días, o en esta nochevieja. Ya sabía yo, por propia experiencia, que todas las noches tienen una reina y que, a veces, la reina es la misma durante miles de noches. Ocurrió que aquella vieja noche me había quedado ya sin reina, y determiné seguir en esa cómoda situación que me permitía alejarme del riesgo innecesario de volver a caer otra vez en la tentación del amor. Perdí el tiempo pensando en esas primeras horas que, supuestamente, condicionan las demás horas de todo el año, y dedicarme tan solo a la observación entretenida de los traviesos cambios de humor que se iban produciendo a mí alrededor según pasaban. Había gente feliz y otras disfrazadas de risas tontas sin palabras. Pasados los primeros momentos de euforia típica con mil besos a la espalda salí al frío de la puerta de la discoteca con la insana intención de fumar uno o dos cigarros alejado de los ritmos ultramodernos de dentro. Entre los humos la vi venir iluminando con sus caderas las dos aceras de la calle. Esta no es la mía, me dije, anticipando el fracaso. Cuando los tacones de aguja estuvieron a mi altura me entró la valentía: Señorita: ya me iba pero ya me vengo. Dije yo en plan altanero quitándome el sombrero. Feliz Año Nuevo caballero. Y me quedé.