Faltaba la esquela mortuoria
La negritud de la puesta en escena me recordó la obra de García Lorca “La casa de Bernarda Alba”. Qué ambiente más tétrico. Poco más y me visto de negro por respeto a las “difuntas”. Me explico: según las malas noticias que iban apareciendo, estaba claro que la falta de escrúpulos y el afán de enriquecerse con el dinero ajeno se habían llevado por delante la honradez, la verdad y la justicia. Y, hete aquí, a nuestro presidente del gobierno pidiendo perdón porque desde hace quince años se están llevando nuestro dinero y no se había enterado de nada hasta esa misma mañana. No, por favor, que se lleven la mitad de nuestro trabajo en impuestos y además nos tomen por imbéciles, no. Es que, si un gobierno no se entera de algo tan grave, que alguien se quite y me pongo yo, que me entero de todo mientras saco la ropa de verano. Nada de poner tantas manos en el fuego, si lo único que tiene que “quemar” son, precisamente, esas manos cuando se apropian de lo que no es suyo. Y si no resisten la tentación, que se vayan a hacer ejercicios espirituales y a buscar el nirvana con el Dalai Lama al Tíbet. Ni los de antes, ni los de ahora, ni los futuros: que ese dinero es nuestro. Las manos quietas.