Fallecido con voluntades

    23 ago 2019 / 09:32 H.

    Todo el mundo tiene prisa cuando llega a una notaría. La sala de espera no deja mucho sitio donde sentarse. Temas con más o menos enjundia, solo basta con firmar y pagar. Hay que llevar los documentos pertinentes, testamentos, certificados, autos de fe, pero ese no es el mayor de los problemas. Ni siquiera el pago de los servicios en la notaría, lo es. El verdadero triunfo es ganar la batalla cuando se está cultivando la paciencia, seleccionando las buenas semillas... Hay que templar los nervios, ir bien desayunada, y estar al tanto de que cualquier cliente o posible advenedizo no se cuele con su rápida naturalidad de preguntar al primero que pasa de un despacho a otro por el don de turno. Visitar una notaría es un acto de extrema dureza, te pone a prueba en capacidad de entendimiento de matices legales y guerras venideras. Todo es fruto de las leyes (desigual para todos en su aplicación), el ego y el no creernos que los problemas que nos generan y generamos se quedan en nuestra conciencia. El peso de un testamento es implacable. El premio llega cuando el choque de manos es dinámico, trasladando su satisfacción con una sonrisa y un gracias. La factura es lo de menos. Ahora a saborear el descanso de haber cumplido con las voluntades de un fallecido, eso es así.