Fakes y verdades

14 feb 2025 / 09:08 H.
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Algunos conocidos de al menos tres ciudades, me enviaron whatsapps para que les comentara la noticia de la repentina “resurrección” de una persona, cuyo cadáver estaba siendo velado en un tanatorio de esta ciudad. Había corrido como la pólvora esa pretendida información y ya había gente en las redes teorizando sobre la catalepsia —esa alteración nerviosa que provoca parálisis y puede confundirse con la inmovilidad de la muerte—, hasta que se comprobó que era un bulo, una fake new, o sea, una mentira monda y lironda.

Lo leí hace pocos días, en un desmentido aquí en Diario JAÉN.

¡Qué crédulos somos! Los seres humanos parece que aceptamos ya, casi de forma acrítica, cualquier cosa que circula por las redes sociales. Me pregunto dónde queda ese sentido colectivo de la decencia que consiste en escandalizarse y rechazar la mentira, o en imponer una sanción social a los mentirosos. Aún recuerdo a alguno de nuestros abuelos que daban por ciertas todas y cada una de las noticias o informaciones que hubieran oído o visto en la radio o en las televisiones de entonces, porque no entraba en su universo moral que alguien mintiera personalmente a toda una colectividad.

El hecho es que entre bulos, algoritmos sesgados y sensacionalismo y odio, aún se nos cuela una realidad que resulta —o eso creo—, más monstruosa que la mentira. Porque no tengo otra forma de expresar el desasosiego y la indignación por algunas de las decisiones o declaraciones hechas por el presidente Trump en las escasas semanas que lleva ejerciendo su segundo mandato.

Que un grupo de “millonarios narcisistas e inmaduros” (en palabras del actor Richard Gere) marquen la agenda del país más poderoso del mundo, en apoyo a un presidente imprevisible, que parece disfrutar con decretos que rompen acuerdos de larga tradición, que impone aranceles y amenaza a otros países, es situarnos a toda la humanidad en una angustiosa incertidumbre.

Pero lo peor, es la inhumanidad de su posición sobre Gaza, ayudando, aplaudiendo y apoyando el genocidio al que ha sido sometida por el gobierno israelita. Veo con horror la falta de empatía con los más de cuarenta mil muertos, los heridos, los niños en absoluta orfandad y el ruinoso montón de escombros a que ha quedado reducido lo que antes eran ciudades. Me hiere profundamente que declaren la expulsión de los palestinos de Gaza, para tomar posesión de ella y construir allí la —Riviera de Oriente Próximo— en el Mediterráneo. Como le he oído a alguien, “del genocidio al negocio”. Me abruma, me niego a que podamos normalizar esta ignominia sobre el sufrimiento, la muerte y la invalidez de miles de ciudadanos inocentes. Entre las mentiras sistemáticas y la realidad que nos golpea de esta manera, qué difícil es conservar un rayo de esperanza. O tal vez, de resistencia.



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