Fabricar consenso

    03 jun 2023 / 09:00 H.
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    La política actual me lleva a preguntarme en qué clase de mundo y sociedad es en la que quiero vivir, también en qué tipo de democracia. Me gustan las democracias en las que tenemos como ciudadanos la capacidad para participar con claridad en nuestros asuntos particulares y en la cuales se aspira a poder estar informado desde la imparcialidad y la libertad. No me gustan las democracias donde la tendencia es impedir que la gente se haga responsable de sus propios asuntos y donde se procura que la información esté fuertemente controlada por unos pocos.

    En la Primera Guerra Mundial el gobierno estadounidense decidió que había que participar en el conflicto, pero la sociedad era muy pacifista y la población no veía ningún motivo para involucrase en la guerra. Entonces se creó la Comisión Creel para, a través de la propaganda y la desinformación, introducir la idea de que se debía entrar en guerra. En unos meses se transformó a aquella población contraria a la guerra en una sociedad histérica y belicista que quería despedazar a cualquier alemán y destruirlo para salvar al mundo. El método fue más sencillo de lo que se pensaba, solo hubo que fabricar supuestas atrocidades cometidas por el enemigo y aterrorizar a aquellos ciudadanos y suscitar en ellos un fanatismo patriotero. La administración norteamericana y el Ministerio de propaganda británico deliberaron que podían dirigir el pensamiento de la mayor parte de la población mundial. Se empezó por controlar el pensamiento de los intelectuales y desde ellos se diseminó la propaganda con mayor efectividad. Esto sirvió más tarde para alcanzar un éxito extraordinario con el miedo rojo que permitió eliminar los sindicatos de clase y atacar la libertad de prensa y de pensamiento político. Aquella revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, o sea, mediante la propaganda y sus nuevas técnicas se podía conseguir que una sociedad aceptara algo que inicialmente no deseaba. Todo, según los teóricos de la democracia liberal, sería orquestado por una élite reducida, una casta elitista de hombres responsables e inteligentes que nos dirigirían.

    Por cierto, Hitler aprendió muy bien la lección. Y es curioso como el más puro pensamiento democrático liberal coincidió y todavía coincide con los pensamientos marxistas-leninistas en sus supuestos ideológicos. Una vanguardia de intelectuales toma el poder que le proporcionan unas revoluciones populares para, después, conducir a unas masas de imbéciles, como yo, ineptas e incompetentes para dirigirse a sí mismas y hacer lo que nos conviene a todos.

    Un servidor, que pertenece al rebaño desconcertado, se apea del consenso y reconoce y denuncia la responsabilidad de la OTAN en facilitar y desarrollar las condiciones para que esta guerra de Ucrania ocurriera. Se avisó a
    EE UU y a otros miembros de la OTAN que su política llevaría a la guerra y así ha sucedido. No excuso la responsabilidad del régimen de Putin sosteniendo esta invasión por unos fines políticos para mantenerse en el poder y, no nos engañemos, la guerra no va a debilitar su liderazgo. El impopular militarismo de Biden para reforzar su liderazgo en occidente lleva y llevará consigo unos costes que pagarán las clases populares empobreciéndose aún más, y no digamos la población ucraniana brutalmente atacada cuyo sacrificio es incalificable. Continuar este conflicto y no resolver los problemas políticos, económicos y sociales facilita el crecimiento de la ultraderecha antidemocrática que está canalizando el descontento y las protestas. Urge desarrollar lo opuesto a esta cultura bélica, militarista y conflictiva existente, es decir, cambiarla por otra solidaria que priorice los intereses de las clases populares de los países en guerra, y saque a la luz que tienen mucho más en común que no en conflicto. Hay que oponerse a los intereses de una minoría dominante responsable de su continuidad y de esta enorme crisis. Las futuras generaciones merecen y requieren una cultura que entienda seguridad como bienestar compartido en lugar de insolidaridad y fuerza militar.

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