Extraña geografía

29 jun 2016 / 17:00 H.

Las emociones recorren libremente ese territorio fronterizo difícil de atrapar. En verdad no sabré si la libertad existe, pero hay un momento de la vida en que priorizamos lo que queremos hacer, dónde queremos estar, con quién y cuándo. El resto sobra. El resto es silencio. ¿De qué sirve estar en un sitio sin quererlo, y no ser feliz? Las decisiones responden a los estímulos emocionales que nos empujan, advirtiéndonos lo que debemos hacer. No escuchar al corazón es quitarle su riego, y no creo que hagan falta demasiadas razones para entender qué nos ocurre cuando nos llama desde lejos la selva, las ganas de adentrarnos en la costa de los mosquitos, echarnos la mochila al hombro o atravesar países desconocidos transitando por senderos que nunca habíamos pensado que caminaríamos, conociendo a gente insospechada, viendo lugares o paisajes que apenas entrevimos en sueños. Extraña geografía, la de las emociones. Eso es. En un mundo cosificado donde nos reducimos a números o datos, vivir las emociones nos reta a la mayoría, y sólo una minoría rebelde lo consigue. En relación directa con los demás, al mismo tiempo que formamos parte de una sociedad, no nos reconocemos en ella, tirantes desde nuestra individualidad que exhibe obscenamente un ego en el que acabamos diluyéndonos, pues está vacío de contenido, con el código genético del capitalismo consumista que nos marca qué somos y qué deseamos, sin escapatoria posible. Todo está diseñado. Hay poco margen. Sin embargo, en el famoso poema “Brisa marina” de Stéphane Mallarmé, el protagonista quiere huir, huir muy lejos. No bastan inteligencia o voluntad. No existe vuelta atrás ni hay repetición. Si hay alguna posibilidad se encontrará siempre en otro lado, nunca dentro de nosotros mismos. Se trata de la oportunidad de salir, romper los moldes establecidos que nos constriñen, emprender un camino distinto. Sólo queda un resquicio, un bolero que nos salve en la intimidad, una pasión cómplice. Por eso yo para querer no necesito una razón, me sobra mucho, pero mucho corazón. Y el resto sobra. El resto es silencio.