Exigencia y afecto

    20 dic 2021 / 16:21 H.
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    Hace unos días, tuve la oportunidad de asistir a un acto en Granada organizado por la Escuela Internacional de Gerencia, en el que empresarios y directivos de empresa de Andalucía Oriental se daban cita en el encuentro “Diálogos para el Desarrollo” (un foro de debate plural que tiene como objetivo promover el debate y el diálogo a través de personas influyentes de la actualidad) y que tuvo el honor de contar con dos grandes estadistas, Joaquín Leguina (primer presidente de la Comunidad de Madrid, cargo que ocupó entre 1983 y 1995) y Alberto Ruiz Gallardón (ex ministro de Justicia y exalcalde de la ciudad de Madrid).

    Tenía especial interés en conocer cual era la visión estratégica que, desde el prisma de estas dos personalidades de reconocido prestigio, pudieran ofrecer en relación, a cuáles son los retos económicos para relanzar la actividad empresarial tras la crisis derivada por la pandemia. El hecho de hacerlo, además, desde ópticas tan dispares como las que representan sus diferentes posicionamientos políticos, lo hacía aún más interesante.

    Realmente mereció la pena, el hecho de comprobar que cuando de hablar sobre cuestiones relevantes que afectan a los factores críticos para el desarrollo de nuestro país se trata, el diálogo es la única vía para conseguir acuerdos de estado. De igual forma, cuando este diálogo se fundamenta sobre pilares tan sólidos para el crédito, cuales son: la educación, el conocimiento, la capacidad, el respeto o la experiencia, es cuando te ensimisma y consigue hacerte disfrutar. Mereció la pena, el poder conocer de la mano de estos dos pesos pesados de la gestión pública, la actualidad y el futuro de asuntos tan transcendentes como: el papel de la digitalización, los avances tecnológicos y la reindustrialización en el crecimiento, el impacto sobre la competitividad empresarial del incremento de los costes energéticos, el rol de los fondos europeos en la recuperación, la situación del mercado laboral o la productividad, la internacionalización de la economía española y los retos climáticos y demográficos que tiene España. Sin embargo, de entre todo el contenido de valor que aportaron, lo que más mereció la pena fue la enseñanza que me traje, en relación, a cómo el liderazgo ejercido por ambos en sus respectivas etapas al frente de importantes cargos, les hizo mantenerse durante un prolongado período de tiempo, ejerciendo como jefes con un alto sentido de la responsabilidad.

    Ser jefe no es fácil, pero tampoco imposible. Tan sólo hay que tener claro cuál es el rol y ejercerlo de manera responsable y equilibrada. Es decir, saber conjugar dos elementos fundamentales en esa posición. De un lado: cómo exigir que los colaboradores hagan su trabajo, de manera que logren los resultados esperados, y de otro, cómo darles afecto y reconocimiento por su buen desempeño. En su puesta en escena, al tiempo que desgranaban propuestas y ofrecían datos sobre las materias anteriormente mencionadas, se podía apreciar un perfecto equilibrio entre exigencia y afecto. Escena embaucadora si la comparamos con el actual panorama de crispación política, en el que el equilibrio lo constituyen el conformismo y el rencor. Y es que ser exigente no significa ser un tirano. Se trata de ser claro y directo sobre qué esperas que hagan tus colaboradores. De igual modo, que ser afectuoso con los colaboradores no significa ser su colega. Supone ser cercano y respetuoso con el trabajo que desempeñan y estar disponible para ayudarles.

    El uno, economista, demógrafo y escritor; el otro, abogado y fiscal en excedencia; ambos para siempre políticos, ofrecieron una auténtica lección de cómo se puede y se debe ser exigente, tratando de buscar lo mejor para los demás, al tiempo que se puede y se debe ser afectuoso, porque en ello está el respeto al otro como profesional. Exigentes y afectuosos en dosis equilibradas y según la situación. ¿O es que acaso no estamos buscando lo mejor para todos?

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