Europa y el toro

07 feb 2019 / 11:51 H.

Recién empezada la lidia del cambio andaluz se nos viene encima otra tormenta electoral, con municipales, autonómicas, europeas y —con la que está cayendo— quién sabe si también generales. Son tiempos de cierto desconcierto político en los que nadie tiene claro lo que va a pasar, y mucho menos cuando el propio organismo encargado de orientarnos, el CIS, hace precisamente todo lo contrario. En cualquier caso la política vuelve a ganar en emoción y, como en los toros, la emoción hace afición, porque es precisamente la lidia de lo imprevisible lo más meritorio en uno y otro caso. Pero en esta ocasión, más que en otras, cobra un interés especial lo que pueda ocurrir en el ámbito electoral europeo. Europa, en la mitología, era una hermosa princesa fenicia de la que se enamoró Zeus al verla jugar con sus amigas en la playa. Y no se le ocurrió mejor cosa al rey del Olimpo para atraerla y conquistarla que transformarse en un hermoso toro blanco, con aire de manso, para dejarse adornar, acariciar y hasta montar. Fue entonces cuando Zeus aprovechó, se arrancó y corriendo sobre el mar se la llevó a Creta para engendrar. Nuestra Europa actual hoy tiene problemas serios tanto externos como internos. A la soberbia de los gobernantes rusos o americanos y el tradicional egoísmo inglés, se suman ahora, por dentro, algunos movimientos nacionalistas y populistas que cada vez se mueven con más soltura y con no menos expectativas. Y es que, más allá de lo económico lo cierto es que durante demasiado tiempo, y desde posturas ideológicas supuestamente progresistas se ha ido dejando cuajar la idea de que cuanto más europeos fuésemos, menos españoles teníamos que ser. Y así, con la inhibición de los viejos partidos en la defensa de “lo español”, poniendo en duda algunos hasta que eso existiese, se ha ido tolerando una cierta “desespañolización” asociada perversamente a la idea de que eso era europeizarse más. Lo del acoso a la caza, los toros o la Semana Santa no es más que un detalle de lo que puede venir detrás. Y es que la cosa es al revés. Porque Europa no debe ser el ámbito en el que diluir nuestra propia identidad sino precisamente donde mejor pueda ser protegida junto a todas las demás. Un espacio común de libertad económica y personal donde además compartir, —o no compartir pero respetar—, una inmensa y variada riqueza histórica y cultural. Y es ahora cuando más se necesita la Unión, porque Europa no debe ser un problema, es la solución. La defensa contra los nacionalismos y los populismos pasa porque sea la propia Europa la que reconozca y proteja las cosas que nos diferencian. Europa seguirá siendo fuerte mientras vuele a lomos de un toro. Porque el toro no es un símbolo solo español. El toro es el dios del mediterráneo, y en torno suyo nos hemos mantenido unidos como civilización. Ese toro que pasta en nuestros campos y dehesas y que viene a representar una forma de entender la vida, que aún podemos ver en nuestros pueblos y aldeas, hoy abandonados de la mano de Dios, y que participa en ritos, juegos y tradiciones heredadas de nuestros antiguos pobladores, que son nuestra cultura y nuestra identidad. Respetemos su figura, y llevemos al parlamento europeo esos valores que hoy por hoy están amenazados. No nos vendría mal a todos los ciudadanos hacernos un poco más rurales y bastante más tolerantes y solidarios.