Europa, en la memoria
Los procesos electorales suelen ser momentos para la reflexión, para captar la atención de la ciudadanía sobre el concepto, naturaleza y razón de ser, de la toma de decisiones, depositando nuestra cuota de poder individual en una persona que se agrupa con otras para representar los intereses que nos son coincidentes y por los que optamos. Para García Cárcel, “El presente ya no es el legado de la historia, sino su motor”. Europa, desde este punto de vista, deja de ser la idea vaga de maquinaria compleja y burocrática con la que resulta difícil identificarse y de la que siempre se espera algo. Europa es más que una memoria, más que una identidad histórica plagada de conflictos, un intento de conciliación, consenso, entendimiento y espacio para compartir valores comunes. Es la finalidad con la que nace la Unión Europea. Asistimos a las elecciones con el sentimiento de que es la final del mundial, el partido del siglo; un momento único rodeado de la épica que nos permitirá fundar un orden mejor. El proceso electoral actual, de ser algo, es una llamada de atención para ver globalmente el rol que tendremos geopolíticamente a corto y medio plazo. No se puede entender como el momento para dirimir situaciones políticas e identitarias de España. Hay que verlo desde Europa y como europeos.
Hay un interés claro por una Europa frágil, vulnerable, impulsado por presiones externas e internas. La Europa de los ciudadanos es un modelo que no interesa porque no debe mostrarse como ejemplo frente a otras realidades políticas que no tienen interés de reconocer los derechos que se conceden en Europa a las personas de su territorio, su pueblo como ello lo denominan, no la ciudadanía. Desde dentro de la Unión Europea hay quien no ve el interés en ser solidario, no reconocen que su riqueza es gracias al consumo y negocio que realizan con las personas que le rodean. La solidaridad impuesta y el Estado del bienestar requieren del respeto y el reconocimiento colectivo, aportando proporcionalmente en función de sus rendimientos. Y este principio lo impone la ciudadanía europea a través de sus representantes, de ahí que no interese una reflexión real de nuestra Unión. Es un espacio al que ir a dar y no verlo como un mercado subsidiario. La fraternidad y la solidaridad son planteamientos de autoayuda en los que todas ganamos, seamos del país que seamos, hablemos lo que hablemos. Es un garante para desarrollar “este motor”, frente a la globalización, el futuro hegemónico de China, su alianza con Rusia y la reacción de EE UU para no ceder espacio de poder. El escenario está servido, hoy será fomentar un conflicto, mañana obligarnos a invertir en defensa, ¿más tarde? Esta es la pregunta. El debate está fuera del marco de los principios de la Unión Europea. El debate desde dentro se está planteando en decidir entre los ricos y los más ricos como expresaba “El Roto” en su viñeta, y distraer con el ruido de estos días desde propugnas fanáticas, ¡esta Europa no nos vale! ¿Pensemos que dejamos de ganar? Amos lo deja claro: “La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”. ¿Considerarán este argumento todos los que aspiran a representarnos en el parlamento europeo? ¿Dejarán voz a la ciudadanía europea como expresión de identidad? ¿Avanzará Europa a un escenario de un reality?