Este verano tampoco

29 jul 2021 / 16:13 H.
Ver comentarios

N o hay que bajar la guardia. Son tiempos extraños. Cuantas más vacunas, y eso que España va a la cabeza de inmunizados, más suben los casos de contagios, aunque afortunadamente cada vez mueren menos. No quisiera en ningún momento frivolizar con las cifras, no, pero sin duda que respecto al año pasado han evolucionado mucho las estadísticas. Crucemos los dedos y esperemos que vaya a mejor. Lo que no se inmuta, por seguir la tónica, es el enrarecimiento que vivimos. La pandemia ha hecho mella, no sé si para quedarse. Ha tocado las partes blandas y sensibles, arrasando con lo que la crisis de hace pocos años no pudo llevarse, y aprovechando otros coletazos neoliberales. Y es que la gente joven, por lo general, sigue a lo suyo. Tanto si consigue un empleo fijo como si es temporal, si tiene 10 como 100 en el bolsillo. Igual convive con el virus, abrazándose y sin ningún miramiento, sin ninguna preocupación. Me pregunto qué actitud habría tenido yo hace un cuarto de siglo, si suscribiría hoy estas palabras, si sería de los de la hipótesis de la conspiración internacional, de los del chip en la cabeza para controlarnos como si fuéramos clones —esto es obviamente para los fans de Star Wars— tras la Orden 66, o si en cambio adoptaría medidas conservadoras. Conociéndome, me doy miedo. No obstante, hace justo veinte años se publicaba en la editorial Hiperión, Premio Jaén de Poesía 1997, un libro de poemas de Jorge Riechmann, El día que dejé de leer EL PAÍS, y hoy pienso que no puede estar más en vigor ese título. Me refiero a la información, totalmente sesgada, de los grandes medios de comunicación, que nos dicen qué debemos pensar y qué opiniones debemos tomar. Nos encontramos ciegos ante este panorama desolador, esta homologación cultural, que dijera Pasolini. Encadenados a la calderilla y a la precariedad, más incomunicados a la vez que hiperconectados, en esto se resume la paradoja del siglo XXI, un tiempo de desasimiento ideológico, que décadas de narcosis han puesto en bandeja. Y bien cierto es, porque la cosa no viene de ahora.

El verano simboliza el descanso, la gente suele tomar vacaciones y se relajan las tiranteces, pero no, este verano tampoco. Todo anda revuelto e indica lo contrario, los ánimos alterados, los nervios crispados y se nota en el ambiente. La gente anda con la mosca detrás de la oreja, de mal humor y a la que salta. La situación de estrés se ha generado por el coronavirus, sí, pero no nos engañemos, no es solo eso. Hay muchas más cosas por debajo, hay una guerra fría trastocándolo todo, hay una especie de baja intensidad, un montón de deseos frustrados, ansias que no saben de dónde provienen, ilusiones sin futuro ni objetivo. Sucio y negro verano, el peor que imaginábamos. Solo podría salvarnos del fracaso el amor, las emociones vividas a flor de piel, y una revolución necesaria de la ingenuidad... Hace casi un mes que murió el poeta chileno Omar Lara, a quien tuve la suerte de prepararle una edición antológica de su obra, En el corazón de las cosas, que apareció en la editorial madrileña Polibea en 2020. Omar Lara vivió situaciones y conflictos en Chile y otras partes del mundo, exiliado y errante, pero sabía aplicar la ironía como bálsamo como pocos, en medio de la desesperanza. Uno de sus poemas breves más célebres, «Toque de queda», dice así: «Quédate, / le dije, / y la toqué.»

Articulistas