Estación de la vida

25 nov 2016 / 11:53 H.

Todo el que viene y nace en la estación de la vida sabe que su viaje es de ida y vuelta. El billete no lleva fecha de caducidad, pero el día del regreso llega antes o después. Nada se ha inventado para evitar este inexorable proceso. Esta caducidad de la fecha de la vida llega inesperadamente sin que podamos hacer nada por evitarla. El pasado miércoles, España se despertó con la noticia de la sorprendente muerte de Rita Barberá, que tantos titulares estaba consumiendo por su inculpación en temas de blanqueo de dinero y otras artimañas políticas de los que ella se declaraba inocente. La Barberá sufrió mucho en estos últimos meses a la espera de que la ley dictara sentencia. La muerte repentina ha cerrado el caso. Será difícil que nadie pueda asegurar si era culpable o no. Pero lo fuera o no, la muerte de una persona merece un respeto, algo que los diputados de Podemos no fueron capaces de tener, dando una muestra más de su falta de educación y compostura con las normas legales y los sentimientos humanos.

De Pablo Iglesias y sus correligionarios no podemos esperar mucho más. Sus testimonios transgresivos, chulescos y bochornosos no cesan desde que saltaron al plano político. Su ejemplo populista y chabacano se extiende en todas las parcelas. Vergonzoso fue el Festival de Kerosen de Tenerife, costeado por el Gobierno canario, en el que una señorita subió al escenario, dentro de lo programado, y desnuda de pechuga para abajo cantó —por decir algo— una mágica, poética y surrealista letanía que repetía sin cesar “Manolo cómeme el coño”. En eso se gastan el dinero de los ciudadanos, aunque quizás estas sean las bases de los planes de enseñanza que pondrían en vigor si los populistas llegaran al poder. Que Dios nos coja confesados. Afortunadamente, en esta estación de la vida también se apean criaturas con noticias buenas, como la pequeña Alejandra López Valenzuela, que el pasado martes cumplió su primer añito, hija de Silvia y Diego y primera nieta de mis fraternales amigos Tomás y Antoñi, a quien conozco desde que era una niña, porque es hija de mi desaparecido y entrañable “primo” Blas, dueño que fue del bar París. Y ya que hablo de cumpleaños, también mi nieta, María Jesús, celebró el pasado domingo su 25 aniversario. Una felicidad comprobar que las ramas del viejo árbol crecen lozanas.