Espíritu de Navidad

03 ene 2018 / 09:56 H.

Todavía, afortunadamente, se deja notar el espíritu navideño, ese que nos hace ser un poco más generosos y solidarios que de costumbre. Reconforta saber que, gracias a esta solidaridad que la Navidad despierta, miles de personas han podido ver sus mesas con alimentos de los que han carecido durante el resto del año. Pero, ya ven, el tiempo mágico se está acabando y la cruda realidad emergerá desde el lugar en el que se encuentra hace quién sabe cuánto tiempo, y lo que aún permanecerá. Yo conocí, tuve esa suerte, a un hombre cuyo espíritu generoso permanecía en su corazón todo el año. Hombres y mujeres humildes que hacen el bien en silencio, sin esperar más recompensa que la paz de su conciencia. Gentes extraordinarias a las que yo quiero recordar para que otros no los olviden y para que los jóvenes sepan que en el mundo siempre existieron almas generosas.

El hombre cuya memoria quiero evocar hoy se llamaba Brígido Anguita Martos. Nació en humilde cuna en Los Villares, donde siendo aún niño conoció las labores de pastoreo y del arado. Vino a Jaén en el año 1939 y, tras trabajar en la desaparecida posada “El León”, abrió un bar en la esquina de la calle Espartería y Callejón de las Flores. Era el año 1946. Se trataba de un modesto bar de chateo para tomar un vaso de vino con unas avellanas o aceitunas. La proximidad con el mercado de abastos llevaba al local a muchos forasteros que pedían comer allí. Y Brígido fue cambiando sus costumbres, y vendía sobre todo bocadillos. Fueron estos bocadillos a dos pesetas, los que le hicieron popular. Vendió más bocadillos que nadie y yo, que entonces era aprendiz en Gráficas Morales, puedo confirmarlo por la cantidad de viajes que daba para servirle los papeles con que los envolvía.

Con el tiempo, Brígido Anguita sirvió comidas caseras y daba de comer a más de cien comensales cada día. En los años 80, cobraba 100 pesetas por el cubierto. Y recuerdo que me decía: “Unos pagaban y otros ya pagarían. Pero nunca le negué un plato de comida a nadie”. Era querido por todos e incluso los de su gremio le alababan. Brígido fue conocido en nuestra ciudad como “el padre de los pobres”. Pudo haber ganado mucho y no lo hizo. Ya después de jubilado, aún recorría nuestras calles con una bolsa vendiendo jamones a domicilio. Un gran hombre que no merece el olvido.