Espectador de espectadores

10 jun 2021 / 10:40 H.
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El esfuerzo en investigación, la producción masiva de vacunas en tan poco espacio de tiempo y la impagable labor de médicos, enfermeros y demás personal sanitario trabajando a destajo para llegar a esta situación de control y confianza ha marcado un hito en la historia de la humanidad. Sin menospreciar la tragedia ni sus consecuencias, y más allá de los debates huecos y la palabrería propia del marketing político puesto de moda, esta es la mejor de las conclusiones. Nuestra sociedad es capaz de todo cuando cada cual hace lo que sabe y lo que debe. Es verdad que sigue faltando unión y solidaridad entre pueblos, y que hay quien aprovecha las crisis para sus fines sectarios y hasta para meter la mano, que para eso parece que aún no tenemos vacuna. Pero a pesar de todo ha sido un gran triunfo de nuestra propia civilización. Pronto estaremos todos vacunados, y es de esperar un efecto rebote de la economía, de nuestras actividades sociales, laborales, culturales y ¡cómo no!, festivas y también taurinas. Es verdad que algo de “toros” hemos podido ver en la plaza, separados y embozados, o desde casa bien acomodados. Y nos han contado lo que pasaba en el ruedo, la colocación de los toreros, la distancia y el terreno donde se picaba o se lidiaba, la disposición y el temple en cada suerte y el comportamiento de los toros. Pero es la participación de la gente lo que da carácter a cualquier fiesta y lo que la convierte —además— en el referente sociológico de cada pueblo. Nada mejor que una plaza de toros para conocer las reacciones de los españoles, en lo bueno y en lo malo. Ver si hay más gente en un tendido que en otro, si ha venido el rey o algún famoso, si en la barrera está la actriz de moda, el futbolista, el cocinero, o si hay algún ministro en el burladero, español o extranjero. Ser espectador de espectadores, que diría Pérez de Ayala. Observar en los tendidos al cabreado de siempre o al que busca su momento de gloria con una frase ocurrente, escuchar el comentario ingenioso del vecino, la parida ordinaria del hortera de enfrente o disfrutar la guapura de quien la hace presente y patente. “¡Que se quite Curro!”, escuché susurrar a mi vecino “currista” en el coso de Villacarrillo, una tarde que toreaba el Faraón de Camas, cuando se percató de la presencia de una mujer morena con clavel y sombrero sentada dos filas por detrás. Luego pude saber —el mundo es un pañuelo— quien era la misteriosa dama. Particularmente estoy deseando volver a los toros —a las plazas donde se lidian y las calles donde se corren— para ejercer esa afición observadora. Deseando ver caras descubiertas y sonrisas completas donde poder leer el júbilo o el disgusto, los olés o las broncas, apretujado en el tendido, disfrutando o soportando el olor de los puros, buscando hueco a empujones para ver el encierro o aguantando que te derramen el cubata en San Marcos. Para enterarse de lo que pasa en el ruedo ibérico es preciso rozarse con el personal y observar de cerca sus emociones. La pasión que alguien revela ante una buena o una mala faena —taurina o no taurina— no se puede explicar ni detectar a base de encuestas teledirigidas. Siempre es mejor mirar directamente a la cara de las personas y patearse sus pueblos y sus plazas. Podría llevarse una sorpresa el que dé por prevista o por sabida la respuesta de un público engañado.

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