Eso ya lo sabía yo

    01 mar 2020 / 10:54 H.
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    Mal síntoma cuando comenzamos a carecer de la facultad de sorprendernos, o sentenciamos ante algunas circunstancias con la consabida moraleja de que a mí ya no me sorprende nada, porque de alguna forma se denota un cierto derrotismo, una carencia de expectativas, o la sumisión ante acontecimientos decepcionantes. Esta sabiduría, que no es tal, obedece quizás a una experiencia mal entendida o mal asimilada, una experiencia que mutilamos reduciéndola únicamente a un conocimiento adverso o fatal. La realidad es mucho más versátil, al margen de nuestras presunciones de seres humanos sabidos, y se conjuga azarosamente como los cristales de un caleidoscopio. A Jaén, a sus gentes, por poner el ejemplo más cercano y más vivido, nos aqueja desde tiempo inmemorial esta incapacidad de impresionarnos con buenas nuevas, para deslumbrarnos con los presuntos esfuerzos de héroes prometeicos, para asumir con fe ciega la letanía de promesas y proyectos que llevamos cargados en las alforjas. Se podría decir que vivimos en un estado de estupefacción permanente, un tanto maravillados de nuestra fortuna esquiva. Tal es así que parece que nuestras suspicacias se han cronificado, y el abatimiento ha entrado a formar parte de nuestro código genético. Lo cierto, es que no nos faltan razones y evidencias empíricas para mostrarnos reticentes ante cualquier donante de panaceas, algunos iluminados, o variados y resueltos prestidigitadores de presupuestos, subvenciones, impuestos, y otras menudencias de carácter dinerario. Estamos penosamente escarmentados, y este lastre de desencantos se va reflejando con algunos matices en la conformación de un carácter retraído y en la triste gallardía de un talante lastimero. Del mismo modo, nos sobran motivos para estar orgullosos de esta tierra madre y escenario de nuestros melodramas. La naturaleza amiga, nos ha colmado de tesoros incalculables y nos brinda las riquezas que no sabemos aprovechar o que algunos entes perversos y cainitas siempre intentan escatimar. Mientras, nos vamos inventando metáforas y retruécanos para no asumir nuestro desconsuelo, y se nos califica en los titulares y documentos promocionales, como habitantes privilegiados de la Puerta de Andalucía, cuando en verdad y a nuestro pesar, somos lo más parecido a la “puerta del servicio” de un cortijo latifundista, en cuanto a vías de comunicación y tarjeta de presentación se refiere, de la mítica y portentosa Andalucía. Nuestro Edén interior es tan particular, tan particular como el patio de mi casa donde ni llueve ni nos mojamos como los demás, y los ángeles que lo cuidan son funcionarios con las alas rotas. Pero, en fin, eso ya lo sabíamos nosotros.

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